Sobreaviso

Reto de Morena

Entre nostalgia por lo que termina y alegría por lo que inicia, Morena dejará ver si creció y maduró, y si está en condición, por sí mismo, de continuar sin desbocarse ni avasallar.

Pasado mañana, Morena dejará ver si, además de crecer, maduró.

Dará noticia a ese respecto y de si, en tal condición, es capaz de conducirse, gobernarse, así como de administrar y ejercer el poder por sí mismo sin el cobijo y la guía del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, cuya estrella aún brilla, pero está en vías de extinción.

Pese al tamaño del desafío de ese poderoso movimiento, la atención se concentra en el cambio de la dirigencia, dando por segura la pretensión de Luisa María Alcalde Luján de llegar a la presidencia y dejando en duda si Andrés López Beltrán hará suya la secretaria general o alguna otra cartera del Comité Ejecutivo. Empero, el reto de Morena supera por mucho esa decisión.

En estos días en que cuadros y militantes de esa formación oscilan entre la nostalgia por el fin de una etapa y la alegría por el inicio de otra, el movimiento está obligado a demostrar si, aparte de disciplina y dinamismo, sabe o no hacer política hacia adentro y hacia afuera sin avasallar ni perder el equilibrio, la unidad ni el motivo que lo anima. Hasta ahora Morena ha exhibido músculo y fuerza, pero no –sea porque no ha tenido oportunidad o necesidad– inteligencia y tolerancia política. Si el movimiento sólo ha crecido, pero no se ha desarrollado, tensiones y diferencias en su interior derivarán más adelante en conflicto.

Más allá de los asuntos del orden del día y, particularmente en las fases del Congreso nacional abiertas a medios de comunicación, Morena intentará hacer gala escenográfica de imbatible unión y cohesión. Tal gana es comprensible por varias razones.

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Uno. El movimiento requiere redefinir su relación con el liderazgo en declive de Andrés Manuel López Obrador, así como con la autoridad política que encarna la presidenta entrante, Claudia Sheinbaum, quien deberá establecer –no necesariamente en el Congreso– los términos del vínculo con la fuerza que la propulsó al Ejecutivo. El ejercicio por realizar no es sencillo: el uno y la otra están orillados, respectiva y respetuosamente, a separarse del movimiento y a vincularse con él.

El eventual rol de Andrés López Beltrán será clave en el asunto, en caso de ocupar finalmente una posición de relevancia en la dirección del movimiento. Ese cuadro, cuyo apellido le facilita y dificulta su propio desempeño, deberá mostrar si es puente o muro ante el lopezobradorismo y sabe operar políticamente de manera abierta ante el movimiento y no sólo de modo encubierto con amparo. Más pronto que inmediatamente, López Beltrán estará impelido a dejar en claro a quién y a qué sirve.

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Dos. En el objetivo satisfecho de constituirse en una eficaz maquinaria política, electoral y social, acumular fuerza e impulsar un proyecto, el movimiento ha incorporado, de tiempo atrás y aún más en tiempos recientes, a tránsfugas políticos. Varios de ellos, impresentables, candidatos naturales al distrito de Almoloya de Juárez.

Así, ahora, suban y bajen el puño izquierdo, son cuadros versados en sobrevivir y defender parcelas de poder a cualquier precio, pero no en abanderar causas o principios. Pese a la idea de Andrés Manuel López Obrador, esas adquisiciones no se han ‘purificado’. La mayor congruencia y virtud de esos saltimbanquis es estar en lo que estaban: el ansia de tener un coto de poder, salvar el pellejo y la fortuna.

Si el gestor de ‘la visita de cortesía’ de Miguel Ángel Yunes Márquez a Claudia Sheinbaum fue Adán Augusto López, la mandataria debe advertir qué clase de plomero tiene por coordinador en el Senado y el movimiento asumir que echarse más de un alacrán al pecho terminará por intoxicarlo. ¿De quién fue la iniciativa de llevar a Yunes con Sheinbaum?

Morena tiene más de un forastero ideológico y podrá justificarlo en nombre de la política eficaz, pero no es extraño que el empleo indiscriminado de ese recurso acabe por socavar a los principios.

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Tres. Dicho sin ánimo peyorativo, con mejor o peor estilo hasta ahora Morena ha tenido al frente a gerentes políticos, no dirigentes. El peso del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador convirtió a los presidentes del movimiento en operadores o administradores.

De llegar a la presidencia del partido y querer definir su personalidad política, Luisa María Alcalde Luján tendrá que llevar a cabo una hazaña difícil. Atender sin sucumbir la presión de quien se va, de quien llega, así como de los cuadros que se ven como la guardia roja del proyecto original y de aquellos que advierten la necesidad de matizarlo a fin de darle continuidad y modernidad. Todo sin descuidar la reivindicación de la presidencia de Morena, como tal.

Ahí radica la importancia de quien finalmente llegue a la secretaría general. Puede ser cuña o mancuerna. El dilema por resolver de Alcalde Luján sería ocupar, adornar o ejercer la presidencia de un poderoso movimiento con asechanzas dentro y fuera.

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Cuatro. En el juego y el rejuego de abrazar para proteger y para apresar, el equipo ejecutivo y legislativo de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, revela contradicción y tensión.

En ese grupo hay cuadros capaces nombrados libre y directamente por la sucesora, adquiridos por los compromisos establecidos en el concurso por la candidatura presidencial, negociados entre el saliente y la entrante e impuestos por el peso del liderazgo que aún detenta López Obrador.

En el entendimiento y función de ese equipo, Morena jugará un rol importante en la posibilidad del próximo gobierno, así como en las tareas, los pendientes y los problemas dejados por la actual administración.

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El domingo, Morena dejará ver si cuenta por sí mismo con dirección, inteligencia, equilibrio, unidad y energía para avanzar sin avasallar en el destino que se fijó. Si maduró o sólo creció.

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