Sobreaviso

Funambulismo

La Presidenta está obligada a poner en práctica el funambulismo. La “habilidad para desenvolverse ventajosamente entre diversas tendencias u opiniones opuestas, especialmente en política”.

Vaya suerte la de Claudia Sheinbaum. A diferencia de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, le tocará lidiar con Donald Trump no dos años, sino cuatro, la mayor parte del sexenio.

La mandataria habrá de encarar al bárbaro del norte no solo más tiempo, sino también en una circunstancia más compleja que la de sus antecesores. Sin recursos económicos y con un legado político comprometedor; atenazada por el reparto del poder, diseñado por López Obrador; con los resabios dejados por la política de polarización; justo cuando Trump, más empoderado y ofensivo, se sabe ante la última oportunidad de sustanciar su eslogan —“haz América grande otra vez”— y se muestra resuelto a intentarlo, concibiendo a México no como un socio, sino como un vecino abominable al cual es preciso someter.

Ante ese cuadro, la presidenta de la República está obligada a poner en práctica el funambulismo. La “habilidad —dice el diccionario— para desenvolverse ventajosamente entre diversas tendencias u opiniones opuestas, especialmente en política”. Su desafío, pues, es convertir la adversidad en la oportunidad de cobrar impulso y ampliar su margen de maniobra hacia dentro y fuera, a partir y a pesar del peso, la fuerza y la presión de Donald Trump.

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El discurso pronunciado por Claudia Sheinbaum con motivo de los 100 primeros días de su mandato, así como el lanzamiento del Plan México, sugieren la intención presidencial de emprender ese difícil ejercicio de equilibrio.

Por lo que dice y no dice, el pronunciamiento del domingo es más importante de lo que aparenta. Al inicio, la mandataria aclara paradas a los adversarios del proyecto lopezobradorista, al tiempo de inyectar serenidad a los cancerberos de él. Transita en el estrecho margen de quienes lo vilipendian o veneran. Destaca su apego a la continuidad de la autollamada cuarta transformación, pero no recalca los evidentes ajustes que viene operando al plan, particularmente en la política anticriminal, la relación con el sector privado, la visión moderna y sustentable de él, así como en algunas de las empresas creadas o rescatadas por la administración anterior.

La jefa del Ejecutivo se balancea entre la aclaración y la omisión. Ratifica el destino, pero no confirma la ruta. Y, en verdad, nada fácil ha de ser contener a quienes reclaman abandonar aquel proyecto y quienes exigen no moverle ni una coma. No es sencillo, como dice ella, “consolidar, sumar y avanzar con el segundo piso, con la raíz bien firme y el corazón por delante”. A lo cual cabría añadir otra expresión de la propia Sheinbaum: “… y la cabeza fría”. Es un desafío.

En el remate de ese discurso, la presidenta de la República se refiere al punto de comunión de los tirios y troyanos nacionales, el amago que representa Donald Trump. Asunto al que califica como “un tema relevante”: la relación de México con Estados Unidos. Y, ahí, igualmente con tiento y sin recargo, resalta los buenos momentos con el vecino —“los buenos ejemplos de respeto a nuestras soberanías y de colaboración y apoyo”—, reiterando la disposición a colaborar, pero no a someterse y manifestándose convencida de que esa relación “será buena y de respeto, y que prevalecerá el diálogo”. Fija postura sin desafiar, buscando hacia dentro un punto de unión y estableciendo hacia fuera límite y horizonte al entendimiento con el próximo presidente de Estados Unidos.

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En los polos de ese discurso encuentran explicación las acciones y operaciones emprendidas por el gobierno de Claudia Sheinbaum en dos rubros, que responden al clamor interno y al reclamo externo.

El giro dado en la política anticriminal con una estrategia mucho más firme e inteligente y los operativos, aun inconsistentes, para frenar el contrabando de mercancías chinas que irritan aquí y allá. Giro y operativo al cual se agregan las acciones para contener la migración que, ahí sí, no acaban de convencer ni dentro ni fuera y enturbia la negligencia, el cinismo y la pusilanimidad de Francisco Garduño, todavía titular del Instituto Nacional de Migración, y quien desde hace casi dos años debió ser no sustituido, sino destituido del cargo.

Sin embargo, donde es notorio el afán presidencial de ensayar ese difícil equilibrio de atender el frente interno y externo, además de ampliar el margen de maniobra y tomar brío, es en el lanzamiento del Plan México. Concretar ese proyecto sería una hazaña. Supone un nuevo entendimiento entre el sector público y el sector privado a partir del reposicionamiento del Estado ante el mercado, y el cual la mandataria concibe no como la restauración de las asociaciones público-privadas, sino como el replanteamiento de la economía mixta que animaría la inversión, posibilitando el crecimiento y el desarrollo, al tiempo de constituir una postura unificada ante lo que venga en materia comercial y arancelaria con el vecino.

Un experimento que exige apertura y comprensión por parte de quienes se colocan en los extremos para resistir o apoyar el proyecto iniciado por Andrés Manuel López Obrador y conciencia de la circunstancia derivada del retorno al poder de Donald Trump. Exige eso, pero también emprender acciones para sustanciar la palabra empeñada y generar certeza política y certidumbre jurídica a la inversión.

En el momento y como dicho la semana pasada, insta a cancelar la elección de los impartidores de justicia o, al menos, postergarla al tiempo de limitar el alcance de la reforma judicial. Esa sería una clara señal dentro y fuera.

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La presidenta Claudia Sheinbaum se encuentra ante el desafío de practicar el funambulismo y convertir la adversidad en la oportunidad de su gobierno, aprovechando la fuerza del bárbaro del norte para cobrar impulso propio.

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