Sobreaviso

Punto de inflexión

De suyo complejo, el cuadro nacional se está complicando de más en más. Insta a tomar decisiones de mucho mayor calado y emprender acciones que sacudirán la estructura de poder.

A menos de seis meses de su inicio, el gobierno afronta una situación complicada en extremo.

La política interior repta, la exterior con el socio principal se finca en la amenaza y la economía se desacelera, mientras viejos problemas amagan con estallar en crisis. Si bien la presidenta Claudia Sheinbaum da muestra de entereza y gallardía para afrontar la adversidad, se advierte cierta tendencia a minimizar el tamaño del apuro, así como a presumir un catálogo desconocido de planes de salvación y una elección (la del Poder Judicial) sin pies ni cabeza, cuyo destino es el del fraude o el fracaso. La incertidumbre es hoy, la única certeza.

La república se aproxima a un punto de inflexión como hacía tiempo no se veía.

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El cúmulo de poder obtenido por Morena y sus aliados hace casi diez meses parece, hoy, el sueño de unas elecciones de verano. Ya no empodera, entrampa al gobierno y la fragmentación de ese poder, por momentos, insinua una implosión.

Los operadores parlamentarios de la alianza en el poder –dicho conforme a la versión oficial– andan distraídos, ignorando el presente e intentando capturar en el futuro en una foto. Sin la férula del liderazgo que los contenía y junto con algunos legisladores comienzan a moverse en función de sus intereses y no del proyecto. Asimismo, la dirigencia de Morena actúa como si las condiciones fueran las de siempre: recicla y afilia a algunos cuadros sin importarle si militan en la canalla política; venera el legado y jura ir por el segundo piso de la transformación sin oír el crujido del primero; y no logra articular ni alinear a los distintos polos de poder. El gabinete presidencial deja ver su desequilibrio en cuanto a habilidades y destrezas, dejando caer el peso de la acción de gobierno en unos cuantos integrantes de él.

A su vez, los aliados colaterales –destacadamente la coordinadora magisterial– comienzan a mirar por su parcela de poder, mientras entre los damnificados por la desaparición de los órganos constitucionales aflora el malestar por la falta de certeza laboral. Y ni qué decir del tribunal y el instituto electoral que un día resbalan en la organización de la elección del Poder Judicial y al siguiente también, dejando entrever que la ilegitimidad no sólo va a arrastrar a los impartidores de justicia, sino también a aquellas dos instituciones. Sólo sonríe Yasmín Esquivel, que ya se ve dando golpes con el mallete dentro y fuera de la Corte.

En ese cuadro donde los problemas y las diferencias políticas se dan puertas adentro, la única ventaja del gobierno y el movimiento es la oposición de ensueño con que cuentan, firme en el propósito de seguir dando palos de ciego y patadas de ahogados, al tiempo de festejar la desgracia presente como si no fuera fruto del pasado que la condena.

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En el plano económico, la situación tampoco es halagüeña. La expectativa anda por los suelos.

Si aun antes de la llegada del megalómano a la Casa Blanca, las finanzas públicas sufrían, el déficit presionaba, los fondos de los cuales echar mano escaseaban y la posibilidad de animar la inversión se complicaba por la incertidumbre generada por la elección del Poder Judicial, ahora, es peor. Los efectos de la política económica del gobierno estadounidense enredan todavía más la circunstancia, mientras la necesidad de recursos aumenta y las tareas impuestas por el vecino obligan a gastar más donde no se tenía previsto.

Virar la estrategia económica seguida durante las últimas décadas, romper los cuellos de botella que frenan la economía doméstica, diversificar el comercio con otras latitudes no es cuestión sencilla, reclama tiempo, dinero y esfuerzo que no se tienen.

Factores internos y externos se combinan derribando las expectativas que, de por sí, no eran del todo buenas. Sin crecimiento punto menos que imposible impulsar el desarrollo.

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A esa circunstancia se agrega ahora la tragedia de los desaparecidos, estampada en las fotos de los zapatos, la ropa, los sacos y las maletas vacías, así como en los restos óseos que en algunos lugares ya no se cuentan, sino se pesan.

Un drama ante el cual, desde hace tiempo, el Estado cerró los ojos porque al voltear a ver a quienes un día se fueron, dejando en la penumbra identidad y paradero, frecuentemente se mira en el espejo. Una historia negra que, de manera cíclica, golpea la conciencia social y despierta la ira y la tristeza porque los desaparecidos son la herida abierta por la violencia y la impunidad criminal, así como por la pusilanimidad política.

Hoy, cuando el clamor interno y el reclamo externo instan a poner un alto al crimen organizado transnacional, lo presuntamente ocurrido en el rancho Izaguirre pone contra la pared al gobierno que, por lo pronto –hay que decirlo–, no ha dudado en encarar el desafío. Lo afronta a sabiendas de lo difícil que es explicar lo sucedido y más aún garantizar que no acontecerá de nuevo.

El problema de la inseguridad hasta haciendo crisis y el reconocible giro dado por el gobierno para someter al crimen parece insuficiente. Los halcones del norte salivan.

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La actitud proactiva del gobierno, practicada con tacto y discreción para no lastimar la susceptibilidad del antecesor, se desvanece. Ante la nueva circunstancia, esa postura adquiere un carácter reactivo que lleva a atender lo urgente, a costa de lo importante.

Va el gobierno y el país a punto de inflexión donde será preciso tomar decisiones de un mucho mayor calado, donde será preciso redefinir prioridades y determinar con honestidad política y económica qué se puede y qué no, así como emprender acciones que, sin duda, sacudirán la estructura de poder.

Es hora de apoyar al gobierno sin renunciar al derecho de señalar errores y ejercer la crítica.

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