El Escritorio de Baco

El alma de las burbujas

Louis Roederer cuenta con siete kilómetros de cavas subterráneas donde reposan cerca de 20 millones de botellas, señala René Rentería

En una lluviosa tarde de invierno llegué a Reims, capital del vino de champaña. En la catedral de esta histórica ciudad -al noreste de París-, fueron coronados la mayoría de los reyes de Francia. Me esperaba un encuentro que busqué con un gran interés.

Gracias al tren rápido llegué muy puntual a mi cita a la estación procedente de la pontificia ciudad de Aviñón. Me esperaba la bella Charlotte, quien me llevó de inmediato a conocer una de las Casas productoras más acreditadas de la región champaña: Louis Roederer. En esta región a las vinícolas no se les conoce como bodega sino como Casa (maison en francés), de las que su Consejo Regulador reconoce trescientas. Fundada en 1776 es de las últimas Casas familiares. Si como dicen, todos los caminos llevan a Roma, en esta regia ciudad todos los caminos conducen Roederer.

Al llegar a la bodega, lo más destacable es un pasillo de mármol sobrio y distinguido. Al centro se encuentra el busto en bronce del zar Alejandro II. La Casa Roederer rinde así un homenaje a uno de sus más famosos clientes. Demandante de contar siempre con las mejores mezclas, solicitó en 1876 la producción del vino más célebre de esta Casa, el Cristal. Al final del pasillo bajamos por una rústica escalera de caracol que nos condujo a las cavas talladas por los romanos en un suelo de tiza, excepcional en el mundo porque imprime su sello a cada botella.

Louis Roederer cuenta con siete kilómetros de cavas subterráneas donde reposan cerca de 20 millones de botellas antes de llegar a las mesas de todo el mundo. Las cavas son también parte de la magia de un del champaña. Después de tomar unas clases muy profesionales sobre vinos de champaña, me dirigí a la Mansión Roederer, donde tuve un encuentro con el artista detrás de las botellas de esta noble Casa, Jean-Baptiste Lecaillon, Jefe de Bodega.

Este virtuoso enólogo me invitó a pasar a una acogedora sala donde nos ofreció unos bocadillos de jamón de Bayona y foie gras que acompañamos con un refrescante Brut Premier, su vino insignia reconocido como el mejor champaña sin añada del mundo, según varias publicaciones especializadas internacionales.

Mi mayor sorpresa fue cuando en un elegantísimo comedor me esperaban una cena maridaje con diez copas. En la denominación de origen de champaña, los vinos se clasifican por su año en dos categorías, los milesimados, es decir aquellos elaborados con uvas del mismo año de cosecha; y los non vintage, producidos con vinos de diferentes añadas. Bebimos solo con milesimados.

El clímax llegó con siete diferentes añadas de Cristal rosados y blancos. Al acompañar estas joyas de la enología mundial con frescos frutos del mar, percibí la magia y el alma de las burbujas del champaña. Cuando probé Cristal 2008 -que por cierto aún no se libera en el mercado-, comprendí que el vino puede expresar la perfección del hombre. Sentí que era fresco, complejo, muy elegante, incomparable, placentero y de verdad parece que en cada trago bebes un cielo estrellado.

Cuando el jefe de los enólogos de Louis Roederer notó mi emoción, le dije que sus creaciones me habían conmovido, a lo que respondió que el vino es una forma de dejar huella en el tiempo dando alegría a paladares de todo el mundo en diferentes épocas. El champaña, digan lo que digan, es el encuentro con la verdad.

Hoy sus vinos son parte de mi vida. Lo que les pueda decir de aquella cena inolvidable, resultaría poco para describirlo con justicia. Curiosamente hace muchos años, el primer champaña de mi vida fue un Louis Roederer. Las burbujas tienen alma y esa noche, bebí la perfección. Gracias Jean-Baptiste. Salud.

COLUMNAS ANTERIORES

Vino y religión
Una vez más: los enemigos del vino

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.