Opinión Ricardo Monreal

Biden y México

La agenda entre ambos países será amplia. No podrá faltar la cooperación en el combate al crimen organizado, el uso de energías limpias, la soberanía energética, comercio, migración, tecnologías de la información, combate a la pandemia, cooperación para el desarrollo, cuidado del medio ambiente y respeto a los derechos humanos.

Tres son los temas recientes que han provocado comentarios en los medios de comunicación, sugiriendo que la relación entre México y Estados Unidos se está fracturando: la postura del Gobierno de nuestro país, en relación con los resultados de la elección presidencial estadounidense; la aprobación de las modificaciones a la Ley de Seguridad Nacional, y la decisión de la Fiscalía General de la República en torno al caso del general Salvador Cienfuegos. Sin embargo, aunque estos temas han sido altamente mediáticos, la fortaleza de la unión entre ambos países hace que se trate de diferencias que, si bien establecen posturas, no ponen en riesgo la hermandad ni la fraternidad prevalecientes.

Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió no felicitar a Joe Biden, quien el día de hoy toma posesión como presidente de Estados Unidos, las voces críticas a su gobierno sugirieron que se trataba de un despropósito inconcebible, el cual dinamitaría las relaciones con nuestro vecino del norte.

En su momento expresé que la postura del presidente AMLO era la correcta, pues resultaba necesario, por respeto a las instituciones estadounidenses, que antes de emitir alguna opinión concluyera el proceso electoral. El mismo equipo de Joe Biden reconoció que la decisión del titular del Ejecutivo federal mexicano no lesionaría la relación bilateral. El primer apocalipsis diplomático vaticinado no se cumplió.

Después, en diciembre de 2020 y en pleno uso de su autonomía, el Congreso Mexicano aprobó la reforma a la Ley de Seguridad Nacional, para regular de manera correcta la actuación de agentes del extranjero en suelo mexicano, lo cual volvió a causar una explosión mediática, esta vez, acompañada de algunas opiniones emitidas por funcionarios estadounidenses, siendo la más notable la del ex fiscal general, William Barr.

De acuerdo con Barr, la aprobación de la reforma pondría en riesgo la relación bilateral en materia de seguridad nacional. Esta opinión fue secundada por medios locales y estadounidenses, pero en los hechos no ha existido ninguna ruptura al respecto: la reforma fue aprobada, los lineamientos fueron publicados en el Diario Oficial de la Federación, y la cooperación entre naciones continúa. Así, el segundo escenario que pronosticaba la destrucción de la relación entre los países tampoco se cumplió.

El tercer y más reciente tema que ha causado debate sobre el futuro y la fortaleza de la relación bilateral es el del general Salvador Cienfuegos. Aquí no es el espacio idóneo para analizar a profundidad la evolución ni los más recientes hechos en torno al caso, pero sí para señalar que se trata de un acontecimiento de importancia para ambas naciones en torno al cual, si bien hay diferencias, no habrá desencuentros. Sin embargo, se tiene que reconocer que la DEA cometió errores, tanto diplomáticos como procedimentales, a lo largo de su investigación: primero, por no informar desde el inicio al Gobierno mexicano —infringiendo acuerdos de cooperación— y segundo, por integrar un expediente que carece de sustento.

Ante esta situación, y frente a una nueva era de la vida pública en México, en la que se están construyendo instituciones de justicia sólidas, que finalmente puedan disminuir los niveles de impunidad en el país, el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador ha sido firme en la defensa de sus instituciones, de su soberanía, de los derechos de su población y de su dignidad.

De igual modo, se ha mantenido fiel al respeto de la autodeterminación de los pueblos, por lo que la decisión del Departamento de Justicia de reservarse el derecho de reiniciar la investigación en contra del general Salvador Cienfuegos, así como su postura frente a la actuación del Gobierno mexicano son respetadas, porque los Estados Unidos son una nación independiente a la cual México siempre valorará, y son bienvenidas, porque hoy, día en que se da el cambio en la presidencia, inicia una nueva etapa en nuestra relación.

Actualmente, nuestro país cuenta con un gobierno que defiende su autonomía y soberanía, cuya política exterior se apega a los principios que han regido sus relaciones internacionales a lo largo de su historia independiente, pero se aleja de la sumisión y de los fantasmas intervencionistas del pasado. Las posibles diferencias entre México y Estados Unidos, en éstos y otros episodios, pueden ser consideradas como algo normal en una relación que busca el equilibrio y el respeto entre naciones, como también es normal que algunos sectores de la opinión pública busquen crear escenarios problemáticos donde no los hay.

De algo podemos tener la certeza: la agenda entre ambos países será amplia. No podrán faltar la cooperación en el combate al crimen organizado —incluyendo el tráfico de drogas y de armas—, el uso de energías limpias, la soberanía energética, comercio, migración, tecnologías de la información, combate a la pandemia, cooperación para el desarrollo, cuidado del medio ambiente y respeto a los derechos humanos.

El camino es largo; siempre habrá puntos de vista diversos, lo cual es parte de la pluralidad, pero como bien ha quedado acuñado en nuestra historia, no debemos olvidar que el respeto al derecho ajeno es la paz y, en este caso, también a la prosperidad.

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