No le falta razón a Enrique Quintana al llamar la atención, en su artículo del martes, de la “resiliencia” mostrada por muchos empresarios mexicanos. Haber capoteado las suspensiones de actividades ‘no esenciales’, los confinamientos, la falta de apoyo público directo o con financiamiento oportuno, la desocupación o de plano el desempleo, y ahora aprestarse a formar filas en la recuperación económica, nos refiere a una dinámica que tendría que ser parte de las deliberaciones que bien haríamos los mexicanos en estar dispuestos a tener.
Qué bueno que el presidente López Obrador hable de la importancia de los empresarios para la economía, aunque le falte dar el paso necesario: reconfigurar la economía mixta, irónicamente desfigurada por la apertura del mercado y una inscripción apresurada a una globalización que ahora vive sus propias crisis.
Encaminarnos hacia una efectiva redefinición de papeles y responsabilidades entre lo público y lo privado es posible y factible. Exige acuerdos y compromisos, pero poco o nada tiene que ver con las argucias de los mercados o con los ingenios patronales o tecnocráticos. Nuestra experiencia, como la de muchos países, enseña que sin haber algún tipo de dirigismo estatal y acomodo empresarial no hay posibilidades de que la economía nacional se reconstituya y pueda aprovechar la conexión con la economía mundial.
La recuperación se da a varias velocidades y en ello parece residir la capacidad de absorción de sus contradicciones económicas y sociales que no son pocas ni epidérmicas. Son muchas y se implantan en los tejidos social y productivo, hasta reproducir la nada célebre heterogeneidad estructural bajo la imagen de un dualismo nefasto que altera las relaciones sociales y afecta sustancialmente la vida comunitaria.
Sin un ‘mínimo técnico’ de cohesión social, las formaciones económicas pierden equilibrio y ven afectada su dinámica. El mercado interno crece con lentitud y no encuentra un sucedáneo eficaz en el mercado externo, con lo que el conjunto productivo nacional camina con paso mediocre e insatisfactorio para que la comunidad pueda acceder a satisfactores básicos. No otro es el sumario de nuestra aventura globalizadora, desventura de la que no hemos sacado las necesarias lecciones de economía política para aspirar a ejercicios estratégicos que se hagan cargo de las muchas carencias que la pandemia agravó.
El ingenio y la capacidad de resistencia del empresariado tendrían que inscribirse expresamente en un esfuerzo sostenido: del rescate de los damnificados a la recuperación de las actividades y la reconstrucción de las estructuras.
Concertar para actuar, y programar para trazar futuros creíbles y habitables, deberían ser ejercicios cotidianos para la nueva legislatura y el poder local trazado por las elecciones. Leer los votos emitidos en junio como un mandato expreso para recuperar el desarrollo es, debería serlo, empresa prioritaria para empresarios y políticos.
PS: Con esta entrega suspendo por unas semanas mi colaboración en estas páginas para preparar el retorno ‘presencial’ a las actividades académicas y aprovechar unos días de la pausa vacacional; agradezco a Enrique Quintana su hospitalidad y a los lectores sus críticas constructivas.