Rolando Cordera Campos

Las dificultades del mundo son nuestras

El mundo tiene urgentes tareas de de rescate, reconstrucción y transformación de instituciones y estructuras, para las que no parece estar preparado.

La uniformidad del discurso contrasta con las diversidades y las asimetrías que han caracterizado las respuestas nacionales frente a la caída económica derivada de la pandemia del Covid. Si la sincronía es difícil y la coordinación de políticas, proclamada como necesaria para asegurar algún tipo de estabilidad global, pocas veces se alcanza, resulta más complicado asegurar que la empatía dure y, sobre todo, se profundice.

Lidiar con el desigual paso del mundo y asumir las varias combinaciones a que da lugar a través de las políticas nacionales, es tarea de cónclaves con pretensiones globales, así como de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario y el Banco Mundial y, más recientemente, la Organización Mundial de Comercio, aunque su eficacia dista mucho de ser satisfactoria.

Por desgracia, como lo hemos visto en estos meses de emergencia sanitaria global y, antes, en la Gran Recesión, otros organismos multilaterales como la FAO o la UNESCO y, sobre todo, la OMS, se han mostrado no solo frágiles sino aquejados por años de mal trato por parte de los gobiernos, hasta llegar a los extremos bárbaros emprendidos por Trump y su nocivo gobierno.

Desde este calvario de faltantes, junto con los datos sustanciales referidos a las muertes que ‘no debían haber sido’, al empobrecimiento masivo, a las rupturas estratégicas de cadenas productivas y mucho más, el mundo tiene que acometer tareas enormes y urgentes de rescate, reconstrucción y transformación de instituciones y estructuras, para las que no parece estar preparado.

Ahora, a diferencia de lo ocurrido al calor de la Gran Depresión y la Segunda Guerra, los Estados mayores del globo no parecen haber tenido el tiempo suficiente para trazar planes y reentrenar planificadores y operadores necesarios para mantener la paz y redefinir coordenadas, que las ominosas nuevas realidades exigen para que el planeta sea habitable.

Mucho tendrá que hacerse sobre la marcha y someterse a prueba y error permanentes. Muchas ideas y proyectos han surgido y otros se han afirmado como pertinentes y necesarios, a pesar de que hasta hace muy poco tiempo eran calificados de inviables. El reconocimiento de lo que esos planes cuestan, ya no sirve como excusa para apelar a la austeridad y el recorte fiscal sino para plantear(se) reformas hacendarias a escala planetaria y poner a trabajar a las poderosas finanzas corporativas en beneficio de la gente y el desarrollo de sus capacidades, empezando por la atención eficiente de las muchas carencias.

La era de penuria que, se dijo, dejaría atrás la globalización neoliberal de fin de siglo, podría ahora ser superada con fórmulas audaces de cooperación global y acción multilateral. Para trazar nuevos caminos y cursos para el desarrollo y empezar a forjar respuestas civilizadas a los múltiples desafíos existenciales como el del cambio climático y la incontenible migración de millones.

Si se observa bien y con detalle, este cuadro nos es cercano y casi a la medida. Marcado por la desigualdad y la pobreza de masas, México está cruzado por grandes movimientos demográficos que recogen nuestras particulares dolencias, pero también encarnan las tendencias mundiales de la migración para subsistir que se apoderaron del mundo en estas primeras décadas del nuevo milenio.

El esfuerzo financiero e institucional, político de principio a fin, a que convoca el presidente Biden tendría que ser también nuestro, aunque la escala de los problemas sea distinta. Tenemos que gastar mucho y bien en la educación y la salud, pero también en rehabilitar una infraestructura abandonada, sacrificada por décadas de criterios absurdos.

Para que el esfuerzo redunde en desempeños económicos sólidos y consistentes tenemos que llegar a grandes y pequeños acuerdos para un financiamiento adecuado y duradero. Los propósitos de reconstrucción y transformación son, deberían serlo, argumento suficiente en favor de una magna reforma hacendaria que asegure finanzas públicas sanas y, al mismo tiempo, un crecimiento económico como el que se requiere para dar empleo suficiente y digno, y contar con los excedentes necesarios para una vida buena para la mayoría.

La democracia tiene que servir para reorganizar el Estado y la política y ponerlos al servicio de grandes propósitos; las prioridades y su orden, así como los esfuerzos empeñados en superar carencias sociales y vitales, así como enmendar entuertos institucionales, deberían alimentar las agendas de los políticos y los partidos para ser agenda de todos, fruto de esfuerzos cooperativos, de diálogos en busca de acuerdos en lo fundamental que, como lo visualizara Mariano Otero, son cruciales para nuestra sobrevivencia como especie y como nación soberana.

No son tiempos de disputas fútiles ni de tapados o descubiertos, mucho menos de ‘guerras floridas’ con el adversario o el crítico molesto. La situación urge a elevar las miras, enderezar el carácter de nuestros intercambios.

Reclamemos a los poderes de la República compromisos con nuestra reconstrucción. Lo urgente y lo importante de nuevo se dan la mano y lo que urge es poner la política al mando.

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