Rolando Cordera Campos

Del pluralismo

La pluralidad que reclama nuestra diversidad solo podrá encontrar cauce por la vía de una democracia compleja y poblada de instituciones robustas y respetadas.

Condición indispensable de todo régimen democrático es el pluralismo, las voces diferentes, discordantes y su acuerpamiento en formaciones estables y formales. Sin diversidad no hay intercambio significativo de ideas y proyectos y la deliberación se oxida hasta, en el mejor de los casos, volverse banal.

El agotamiento de las democracias tiene una relación estrecha con el deterioro de sus partes, de cuya acción, intervención e iniciativa depende el funcionamiento y consistencia del pluralismo. Sin una confrontación de posiciones no hay dialéctica y sin ella difícilmente puede haber entendimiento de y entre los contrarios en el que las democracias basan sus expectativas de reproducción renovada.

Algo de eso ocurrió por aquí en aquellos años posteriores al 68, cuando ya resultaba inocultable la corrosión progresiva de la coalición gobernante y el deterioro de su verbo, hasta volverse rémora inútil de un rito que solo los obtusos podían calificar de republicano. La simulación ahogaba la comunicación y la política derivaba peligrosamente en la violencia y las opciones armadas.

Fueron el presidente López Portillo y su secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles quienes asumieron la riesgosa y urgente tarea de emprender una revisión de algunos de los acuerdos políticos fundamentales con el propósito principal de airear el ambiente político de la única manera conocida: abrir las compuertas del convivio y dejar entrar a quienes probaran un mínimo de capacidad política y de conocimiento de las reglas para ser miembros de un club que iba a reclamar, con todo derecho, el adjetivo de democrático y plural, del que carecía.

Así arrancó en México lo que con su sorna característica Rafa Segovia llamaba la “democracia otorgada” la que, no sin cansina parsimonia, pudo desplegarse en una construcción institucional promisoria y, para muchos, a prueba de las temidas regresiones. Del obsequio avanzamos a un nuevo orden que podía presumir sus potencialidades democráticas.

Se inventaron los cimientos del edificio electoral encargado de construir y cuidar las reglas del juego electoral: el IFE y el Tribunal Electoral y, toda la hipótesis de la “democracia administrada” se puso a prueba en sucesivas jornadas electorales de las que salió bien librada hasta llegar al panorama actual de partidos coaligados y de mayoría, junto con pretensiones un tanto extrañas de nuevas y radicales reformas del orden electoral alcanzado.

La simulación de candidaturas atenta contra el pluralismo, pero éste, a su vez, como ocurre en casi todo el mundo, requiere de enmiendas sustanciales que hagan compatible la diversidad, que ha sacado a flote la hiperglobalización de fin de siglo, con la ingente urgencia de contar con un orden democrático robusto. Nada de esto se da en automático.

Sin orden democrático ninguna democracia puede hacer honor a sus promesas originarias de buen gobierno con justicia social, tal y como propone renovarlo hoy el presidente Biden con su Green New Deal, originalmente planteado por la ONU y sus organismos como la UNCTAD y la Cepal.

Recuperar el dinamismo económico, perdido por ya demasiados años, y capacitar al mundo para encarar dos de los más agresivos desafíos existenciales: la salud y sus epidemias y, desde luego, el cambio climático que ya nos puso al borde del precipicio en palabras del secretario general de la ONU. Pero emprender esta épica, que eso sería, implica asumir a la complejidad como hábitat y lo desconocido como horizonte cercano.

Hacernos cargo del incierto inventario y, al mismo tiempo, tener la capacidad y disposición de imaginar caminos racionales sustentados en diálogos extensos e intensos en torno a principios, objetivos e instrumentos es el principio de la ardua tarea. La pluralidad que reclama nuestra diversidad, ampliada por la propia diversidad del universo y la que es propia de la especie, solo podrá encontrar cauce por la vía de una democracia compleja y poblada de instituciones robustas y respetadas, amplios espacios de reflexión y deliberación, conjuntos epistémicos articulados por la emergencia, pero nutridos en el pensamiento científico; sin duda, toda una revolución de los paradigmas dominantes así como de nuestras formas de entender el poder y su ejercicio.

Amplitud de miras y flexibilidad de pensamiento que nada tienen que ver con la soberbia de algunos ni con los talantes irracionales que pretenden dictar cátedra cuando deberían estar tomándola en las aulas del parlamento y en las evaluaciones de proyectos y propuestas. Nada que ver con el acoso a los científicos. Un estilo que el gobierno actual y su coalición han decidido seguir como forma principal de militancia. Una desgracia.

COLUMNAS ANTERIORES

Va de recuento: los recortes y la expiación
Mala hora la de México

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.