Para nuestra fortuna, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara está de nueva cuenta entre nosotros en formato híbrido, como se dice ahora. Todavía con el virus y sus variantes en circulación, embistiendo poblaciones vacunadas y no, con cubrebocas o sin ellos, los que asisten al gran espectáculo cultural que es la FIL no pueden sino celebrar su existencia y vigencia.
Es lamentable que el Gobierno federal y su presidente lleven su querella contra el principal promotor de este magno evento, Raúl Padilla, al ninguneo o de plano a su negación. Como también lo es que el gobierno de Jalisco entre al mismo juego y traslade sus litigios presupuestarios al terreno de la política cultural y busque arrinconar el gran convivio.
Rutas equivocadas porque el gran daño no es a particulares sino a la cultura, aunque también le toque un “raspón” a la institución que la ha promovido por más de treinta años y hecho del libro y su exposición portentosos manifiestos de ganas de estar y pertenecer al mundo moderno. A una globalización que, si logra convertir a la creación cultural en su divisa, habrá abierto rutas, grandes avenidas habría dicho el presidente Allende, a una humanidad que no puede ya encerrarse en cotos locales o regionales y clama por espacios auténticamente globales a la altura de sus potencialidades.
Uno de esos grandes temas, de hoy y de ayer, que se han puesto a flote en la FIL es el de la migración internacional, que en nuestro país se despliega en vertientes enormes y profundas que, en palabras del estudioso Tonatiuh Guillén, nos llevan a ser una “nación transterritorial”. Lo que esto puede significar, o significa ya para nuestra geopolítica y coordenadas productivas y económicas en general, debe ser objeto de estudio y discusión intensos. De entrada, habrá que poner esta traslación en los primeros lugares de la agenda mexicana para la invención de una entidad regional que solo puede ser transnacional, fruto progresivo de decisiones soberanas de aquí y más allá, en el norte de las grandes planicies y sus derivadas territoriales y demográficas.
Ver el presente y, sobre todo, el porvenir en estos términos no puede llevarnos a soslayar la ominosa realidad de desamparo a que nos ha llevado la pandemia y sus devastadores efectos sociales y económicos. Cientos de miles, tal vez millones de jóvenes, han sido relegados en sus estudios, tal vez para siempre o por un buen trecho de su crecimiento.
En opinión de muchos observadores sociales el fondo de este ignominioso asunto está ubicado en y entre los jóvenes de las comunidades indígenas, carentes de lo indispensable que ahora es el acceso al mundo virtual que auspicia la conexión al Internet. Comunidades en las que se reflejan otros contingentes juveniles cuyas familias también carecen de facilidades elementales para acceder a la virtualidad.
Mucho es lo que el Estado tiene y tendrá que hacer para remediar lo que ya es un daño mayor y profundo, sin dejar de considerar lo que otros reportes indican como temas de atención prioritaria: la desigualdad educativa que desde hace mucho nos marca y que ahora se ha vuelto abierta heterogeneidad. Ahí se reproduce el privilegio concentrado y se proyecta un porvenir del todo ajeno a los sueños de prosperidad y reparto parejo que nos heredaron los mejores gobiernos y gobernantes de la Revolución.
Ardua misión legará al país una transformación que probablemente se quede a la mitad del trayecto programado por ella misma, para heredar mayor frustración sin posibilidades de redención o pronto remedio. La hora de revisar y reconsiderar lo transitado llegó, pero los de la Cuarta T no parecen dispuestos a registrarla.
El cambio de la sociedad y de sus estructuras de gobierno y reproducción material no es privativo del actual grupo gobernante. Como anhelo, ha sido y es compartido por muchos mexicanos y seguramente se vería acompañado de las mejores visiones de nuestros actuales vecinos y socios. Pretender que es propiedad de una facción o partido, es creencia errada y cierra la puerta a conversaciones indispensables y urgentes para construir consensos, apostar al diálogo comprometido con causas explícitas de justicia social, derechos garantizados y respeto mutuo.
Nada de esto es patrimonio de los que mandan, nunca lo ha sido; sería muy bueno para todos que empezáramos a ventilar nuestros litigios a partir de estas convicciones, todavía en el corazón de las mejores voluntades en la Cuarta y fuera de ella.
Desde esta perspectiva la Feria del Libro es un gran festejo democrático con la buena compañía, parafraseando a Carlos Fuentes, de los libros y su lectura. Más que ignorarla hay que unirse a sus gozosas invitaciones.