Rolando Cordera Campos

Presente duro, futuro peor

No crecer, como se había previsto, es tensionar todavía más el proceso económico fundamental, el que tiene que ver con la producción material.

La propuesta de gran transformación del presidente López Obrador y sus seguidores no tiene una contraparte económica. Prometer el equilibrio macroeconómico no es suficiente, mucho menos en una situación depresiva como la que parece sufrir la economía nacional.

Es probable, como lo insisten sus partidarios, que el aferramiento presidencial a la más elemental de las doctrinas financieras se explique por su conocimiento preciso, ahora ilustrado por su prudente secretario de Hacienda, de la debilidad de las finanzas públicas, de la que podría irrumpir sin demasiados trámites una crisis financiera de grandes proporciones.

Recuérdense los célebres ‘alfileres’ de Pedro Aspe, quien a las acusaciones de haber dejado la economía ‘prendida de alfileres’, respondiera que lo grave había sido que ‘los arrancaran de donde estaban’ y de ahí el terremoto financiero del mal llamado error de diciembre de 1994. Sin embargo, tener conocimiento de esa y otras fallas mayores no puede ofrecerse como justificante de una inacción estatal que está llevándonos a un pozo sin fondo.

Por lo pronto, tomemos nota de que, en las perspectivas económicas mundiales más recientes, el Fondo Monetario Internacional nos ubica en un lugar nada halagüeño, por debajo del promedio mundial e inferior al de nuestro socio mayor, Estados Unidos, y prácticamente a la cola de los países de la región latinoamericana.

De acuerdo con la página de Bloomberg del 25 de enero, las estimaciones del organismo internacional para nuestro país bajaron a 2.8 por ciento, desde el anterior porcentaje de 4.0 en octubre; en el caso de la economía global las estimaciones se redujeron en 0.5 puntos porcentuales para quedar en 4.4 por ciento; y para la región latinoamericana la reducción es de 0.6 puntos para quedar en 2.4 por ciento. La economía mexicana estará, así, por debajo del nivel de 2019, año de nulo o negativo desempeño antes del desplome de casi 8.0 por ciento registrado en 2020.

No crecer, como se había previsto, quiere decir algo más que llover sobre mojado. Es tensionar todavía más el proceso económico fundamental, el que tiene que ver con la producción material, su distribución social y el aumento, o no, de las capacidades del Estado para producir bienes públicos indispensables, que no otros son los que permiten la existencia social, en particular la de millones de hombres y mujeres que, dispuestos al trabajo, toparán con un afrentoso ‘no hay vacantes’ o la ‘consolación’ de emplearse por un salario menor al de 2020.

La tragedia laboral de la que se ha hablado en estas páginas, no deja de asomar su infausto rostro y amenaza con no moverse; las esperanzas y expectativas de millones de mexicanos, de una recuperación sanadora en todo el sentido de la palabra, parecen estar quedando afuera de los hogares. En vez de ello, una brecha laboral en aumento, muchos subempleados, cada vez más precarios, y un amargo sabor cotidiano, enemigos de toda expectativa de reconstrucción bienhechora.

El ánimo y el empuje no son, nunca lo han sido, mercancías que se oferten en mercado global ninguno. O los generamos nosotros como comunidad nacional o no los tendremos. Y no hay sino un Estado responsable de hacerlo, cuyos dirigentes, hasta la fecha, han decidido no ver ni oír una realidad que, con todo y lo ajena o resumida que puede resultar de los números del FMI, refleja un doloroso presente, un futuro ominoso. Y no hay ningún avezado mago de la especulación a la vista, ningún mensaje cifrado. Eso de navegar en el mismo barco se nos presenta ahora como condena.

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