Asistimos al desplome de todo un sistema, imaginado por muchos como algo que duraría por lo menos como lo hizo el del presidencialismo autoritario y corporativo. Emergidas tras largos intercambios y negociaciones, las reformas políticas y electorales de fin de siglo, se fueron afirmando como forma dominante para hacer política.
El sistema resistió las primeras y obligadas pruebas, como han sido las alternancias, también los abusos de los políticos y los partidos, primeros obligados a observar y cumplir la nueva legalidad que emergía, y ha cargado con las mil querencias de los gobernantes en turno, para quienes eso de la diversidad y la pluralidad les suena más bien a ocurrencias elitistas, teóricas o destinadas a forjar nuevos esquemas, más sofisticados sin duda, de manipulación de la voluntad ciudadana.
La verdad es que hasta ahora nada de eso se ha podido imponer como una fuerza capaz de alterar los equilibrios emanados de la propia evolución del mencionado sistema. Los reiterados dichos del partido que ahora gobierna el Estado, de que aún en 2018 hubo fraudes de consideración, aparte de resultar ser dislates un poco chocantes, más bien confirman que los complicados mecanismos con los que se ha dotado al instituto electoral funcionan, y podrían seguir funcionando si las cohortes políticas, partidos y demás compañías, accedieran a contar con ellos para lo que sigue, y el 2024, que es visto por varios analistas de la política como de pronóstico reservado.
Sin embargo, el sistema se ha movido ‘para abajo’ y se ha llevado al subsuelo a los partidos que antes de 2018 más o menos gobernaban, o hacían como que lo hacían, y ahora conforman una oposición zombi.
Se dice que Morena y su presidente llegaron al poder presidencial a poner de relieve, sin cortapisas, los muchos excesos y despropósitos en que incurrió el hasta ahora último gobierno de la alternancia, que habría acordado y votado un ambicioso plan, el pacto Va por México, queriendo con éste culminar la ola globalizadora de mercado que el Estado arrancara allá por 1988 y en 1993 coronara con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Más mercado pues y, de poderse, más capitalistas nacionales para, supongo, reeditar el formato del capitalismo asociado que tan buenos frutos rindió a la estrategia del Desarrollo Estabilizador.
Ciertamente fue una administración donde hubo de todo, pero más que nada mayor empobrecimiento y pobreza, que rodean 50 por ciento de la población mexicana; pocas oportunidades de ascenso social y profesional y, como se afirma sin mayor detalle, mucha y excesiva corrupción.
En el archivo quedaron las tareas pendientes del reformismo democrático; de manera predominante la atención debida a la cuestión social, reclamo que es imposible satisfacer sin una verdadera, consistente y acordada por todos los actores y sectores, reforma económica del Estado. Reforma que empezara por el lado fiscal, flanco donde una y otra vez los gobernantes y políticos topan con las imposibilidades de un sistema mal construido y peor diseñado, sin perspectivas y sin previsiones para poder sortear contingencias agresivas, como las que se han vivido desde hace casi tres años.
¿Por qué este gobierno, encabezado por un político popular y sostenido por un movimiento que dice reivindicar una inspiración justiciera y plebeya, sigue básicamente el recetario rupestre del liberalismo económico totonaca y lo lleva delante de la peor manera? ¿Por qué no está en el centro de la agenda del gobierno la atención integral de los más pobres y vulnerables? ¿Por qué se busca sacrificar la muy deteriorada infraestructura física y social so pretexto de financiar sanamente los proyectos prioritarios del presidente? ¿Por qué navegamos sin plan de desarrollo? ¿Por qué se acepta pasivamente la displicencia presidencial a discutir y deliberar sobre la reforma hacendaria, en primer término, la fiscal?
Nuestro reclamo es ineficaz, insuficiente. Da cuenta de una pasmosa debilidad ciudadana, incapaz de defender las reglas de convivencia política democrática alcanzadas tras años de esfuerzos y recursos. Incapaz de dar sentido a un discurso popular por un nuevo curso de desarrollo dentro de los marcos y mandamientos de la democracia representativa.
¿Y los partidos? Jugando a las sillas y la matatena, haciéndose trampitas de sumas y restas, haciendo encuestas… Cotidianamente abusando del eufemismo más ramplón imaginable. Y ahí vamos… ¡¡¡al precipicio!!!