José Sarukhán es un hombre de ciencia. Un hombre que ha vivido para la ciencia. A lo largo de su fructífera vida pública se ha mostrado respetuoso de las instituciones, algunas de las cuales recibieron su siempre constructiva visita.
Universitario comprometido con el conocimiento y su difusión; con una pedagogía intensa sobre nuestro lugar y relación con la naturaleza. Probablemente la defensa del medio ambiente contra los estragos de lo que conocemos como cambio climático, en cuyo estudio se ha distinguido en México y fuera del país, sea la actividad a la que José Sarukhán ha entregado lo mejor de su vida como científico y ciudadano.
Su defensa de la biodiversidad mexicana y sus múltiples empeños por la conformación de un conglomerado de investigación y compromiso científico con sus hallazgos, como ha sido y es la Conabio, lo han puesto de frente a inepcias y prepotencias, necedades e ignorancias que lo han mostrado como un mexicano ejemplar.
La traición de la que fue objeto por la secretaria del Medio Ambiente del gobierno federal, el trato ignominioso que quiso dársele, no tiene lugar ni en los archivos secretos de la infamia, pero ahora están ahí como señal inapelable del oprobio del que, funcionarios irresponsables e irrespetuosos, pueden hacer gala para pretender volverlos ejemplos de “valor” político y ejercicio del poder constituido.
De esto y más hubimos de enterarnos la semana pasada, al leer la educada misiva del ex rector de la UNAM a sus colaboradores de la Conabio. Memorial de trabajo honesto y de excelencia, de un servidor público recto; académico y científico íntegro. Rector magnífico.
Los trabajos y los días, las lecciones y las llamadas de atención y cautela de José Sarukhán quedan entre sus discípulos, amigos y defensores del ambientalismo ilustrado, cultura que no tiene cabida en visiones estrechas de una burocracia analfabeta, sumisa del más grosero dogmatismo y sumisión al líder.