Rolando Cordera Campos

Noticias del vacío

El estancamiento no solo se ha vuelto mala costumbre sino parece ser tabla de alivio, de ilusoria salvación, para los encargados de la gestión de la cosa pública, en particular de la economía.

Terminé la semana pasada con la satisfacción de recibir un libro estupendo, Productividad, crecimiento y estancamiento de la economía mexicana (1950-2015), esmeradamente editado por Comunicación Científica. El esfuerzo narrativo a la vez que de síntesis magistral lo debemos al colega y estimado amigo Enrique Hernández Laos, destacado investigador económico y social, bien pertrechado por el instrumental sofisticado que los economistas más ambiciosos han tratado de aclimatar como parte de la fisiología de nuestra “ciencia lúgubre”.

Seiscientas noventa y dos páginas atestiguan conocimientos y dedicación y, por lo pronto, hay que celebrar esta entrega que Enrique nos propone para la reflexión y el debate sustentado que tanta falta nos hace. En particular, del largo plazo mexicano que no debería seguir siendo ignorado por quienes, quizá debido a los impactos inclementes del corto plazo, han negado sistemáticamente el siempre necesario y útil ejercicio de prospectiva que debe anteceder a toda planeación del desempeño económico.

El estancamiento no solo se ha vuelto mala costumbre sino parece ser tabla de alivio, de ilusoria salvación, para los encargados de la gestión de la cosa pública, en particular de la economía. Por ello, seguir subrayando que el desempeño económico no cumple con los requisitos mínimos indispensables para asegurar su reproducción y sostener una vida social ligada al buen empleo y no a graciosas dádivas, es necesario.

“Apostar” a que algún legislador cuestione el voluntarismo sin muletas de Hacienda y exija de sus técnicos y funcionarios, que los hay capaces, una explicación sobre los “misterios” de un crecimiento económico sometido por más de treinta años a la dictadura del dogma estabilizador, un desempeño productivo que ha dejado de ser enigma para ser un milagro, es un error. Recuerdo que, ante quejas y lamentos similares, el querido maestro Emilio Mújica con su sarcasmo característico solía responder: “sin embargo, se mueve”. No le faltaba razón.

Por casi cincuenta años, el rejego animal económico mexicano se movió hacia arriba, hasta dejarnos un aparato productivo semitransformado por el liderazgo industrializador. Dirigido y apoyado por el Estado, el proceso se asoció con otras grandes mutaciones: demográficamente crecimos, un tanto o un mucho sin control; un buen número de mexicanos dejaron el campo y pasaron a formar parte de las filas proletarias y no pocos grupos de los estratos medios empezaron a engrosar las listas de profesionistas liberales e ingresar al servicio público que, subordinado a los procesos de acumulación de capital, fue capaz de aliviar males del subdesarrollo, gestar proezas como las campañas de vacunación o erigir, como pruebas vivientes de razón y voluntad galena, unos institutos de investigación y atención médica que orgullosos de su memoria y sus tareas están con nosotros.

Años de muchos cambios que no pocos calificaron de “milagro mexicano”, hasta que las otrora orgullosas elites se apoltronaron y, ante el impetuoso cambio del mundo de la posguerra, se ofuscaron. Apostaron a lo que dictaminara el mercado, cuyos profetas aseguraban no tardaría en volverse mundial y unificado y, junto con el triunfo de la democracia capitalista y el fin de la Guerra Fría, mostraría los perfiles de un nuevo orden mundial que generaría desarrollo y bienestar social e individual.

La apuesta terminó y mal. Predominan ominosas proyecciones de recesión y hasta de depresión, acoso inflacionario agresivo, desajustes e incertidumbres que se suman a las amenazas sanitarias que el Covid ha planteado.

Entre nosotros la pandemia no dejaba lugar a equívocos: la atención pública a la salud no parecía capaz de resistir los embates; apretarse el cinturón y no esperar mayores alivios de parte del Estado, confiar en que la curva del contagio y la enfermedad se aplanaran para tratar de ir saliendo y… aquí nos dejó el remolino sin habernos “alevantado”.

El Presupuesto con el que ahora juegan los magos financieros no puede alegrar a nadie. La posibilidad de que la recesión se extienda desde el Norte y la inflación no ceda al ritmo esperado, podrían configurar un escenario más que lúgubre dado el desorden que impera en el castillo de la impureza de nuestra desvencijada democracia y las vulnerabilidades que amagan la gestión y la propia acción pública del Estado y sus órdenes de gobierno, donde la inseguridad fiscal y sus insuficiencias se expresaran en malestar colectivo en una sucesión presidencial presidida de antemano por la división y el culto a prepotencias, “cegueras” e incapacidades para atender adecuada e integralmente nuestras ingentes debilidades.

Ésta debería ser la hora del Congreso, pero…. lo suyo es escenificar cotidianamente un extraño caso de pluralidad política y social. Pluralidad que se esfumó al conjuro de una Gran Transformación cuyos mandarines, sin sorna, volvieron aire, sonido y furia.

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