Rolando Cordera Campos

El infierno de los básicos

Los mexicanos no podemos, no debemos, tolerar la presencia de más niños desnutridos por causa de la carestía alimentaria. No hay que quitar el dedo del renglón ni acallar la insistencia.

Los datos más recientes sobre las perspectivas de crecimiento económico y la inflación no dejan espacio para el optimismo. Sensato o taciturno, el observador de estas tendencias y otras similares no puede sino insistir en que las posibilidades de maniobra o los grados de libertad para políticas económicas y sociales destinadas a la expansión simplemente no tienen cabida. No al menos en este corto plazo que se ha vuelto interminable.

Para muchos mexicanos que reciben 5 mil 190 al mes como máximo, se estima que la inflación ha sido de 9.3 por ciento anual hasta la primera mitad de octubre, pero que el precio de sus alimentos habría aumentado un 15.7 por ciento y casi lo mismo ha ocurrido con quienes obtienen ingresos mensuales de 15 mil 560 para quienes la inflación habría sido de 9.3 por ciento y los precios de los alimentos de 15.5 por ciento. Los que reciben entre 15 mil 161 y 31 mil 120 pesos mensuales, la inflación se registró en 8.9 por ciento y el precio de los alimentos en 14.9 por ciento y para los que ganan más de 31 mil 120 pesos al mes, la inflación fue de 8.1 por ciento anual y el precio de los alimentos de 14.4 por ciento.

“En agosto pasado, informa Rubén Migueles, había 43.5 millones de trabajadores con un ingreso máximo de tres salarios mínimos, lo que significó 76 por ciento de la población ocupada (…) La inflación se desaceleró a 8.9 por ciento para familias que perciben de tres a seis salarios mínimos, de 15 mil 561 a 31 mil 120 pesos (…) Sin embargo, los menos afectados fueron los hogares con ingresos de más de 31 mil 120 pesos”. (El Universal, Cartera, 25/10/22, A 25).

Con todo y su voracidad igualitaria, la inflación y los precios básicos, resumidos en este caso por los de los alimentos, sí hacen distingos. Aquí sí van primero los pobres, pero en recibir el golpe de la inflación y los precios alimentarios. Y los muchos nuevos empleos, que en efecto están apareciendo, sólo compensan parcial y desigualmente estas mermas porque estos trabajos tienden a ser de mala calidad, advierte Héctor Magaña del Tecnológico de Monterrey, entrevistado por Migueles para su nota informativa.

Cierto que no hay remedios duraderos para oportunamente resarcir pérdidas en el nivel de vida de los más pobres, que suelen ser los más vulnerables, pero sí es posible reclamar al Congreso que abra un paréntesis en su febril carrera de aprobación de las propuestas constitucionales sobre Presupuesto e Ingresos y en verdad se haga cargo de lo que dichas pérdidas significan: estar en pobreza extrema o laboral no es desde ningún mirador un dato que pueda ser reducido a números. No sólo se trata de carencia de recursos sino de derechos y oportunidades.

Además, con el crecimiento de la economía tampoco nos va bien. Contrariamente a las esperanzas de Hacienda, de un crecimiento del PIB de 3 por ciento para 2023, tanto el FMI como la OCDE, el Banco Mundial y algunos grandes bancos privados coinciden en órdenes de magnitud en torno a 1 por ciento. De cumplirse esta proyección, los nuevos empleos languidecerían más y poco podrían hacer, de concretarse como tales, para contrarrestar los impactos más agresivos de la inflación. Así, el círculo de hierro de cuasi recesión e inflación se habría cerrado sin mayor expectativa y los curanderos de las finanzas y el ciclo volverán a ofrecer que el nuevo ciclo será político y en él habrá que cifrar motivos de aliento, para empezar a recuperar el crecimiento y abatir, en lo posible, el ímpetu de la carestía sobre lo más básico.

Por lo pronto no hay que quitar el dedo del renglón ni acallar la insistencia: los mexicanos no podemos, no debemos, tolerar la presencia de más niños desnutridos por causa de la carestía alimentaria. Todos deberían ir a la escuela y obtener ahí los mínimos de nutrición que requieren su salud y futuro, uno que, de seguir bajo estas condiciones, cada vez se aleja de la ilusión “danesa” que tanto inspiró al presidente.

El Estado mexicano debe ser capaz de despojarse de su más que triste, irritante imagen de ser un “Estado de malestar”; tiene con qué hacerlo, siempre y cuando deje de jugar al Nintendo estabilizador.

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