Entre marcha y contramarcha, con una innecesaria muestra de músculo popular por parte del presidente López Obrador, en Guadalajara asistimos a una lamentable pérdida del sentido de las proporciones. Indicio desalentador para quienes pensábamos que con la democracia y el pluralismo nos acercábamos a fases de evolución política más promisorias, signadas por el respeto personal y el rigor intelectual de los dirigentes y sus grupos.
Más allá o más acá de los fondos que cada gestión tenga como motivación a sus actos, la embestida contra la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es una aberración. Desplante majadero y regresivo del poder público constituido de Jalisco; no valen los enconos entre los contendientes: el supuesto secuestro de la FIL por parte de su principal promotor y la institución central que la han hecho posible por más de treinta años, es un ridículo y una ofensa para poner en entredicho lo que es un evento que enorgullece a propios y extraños, y dar lugar a una violencia que afecta directamente a la cultura, nuestra cultura y a la democracia que también es nuestra.
La triste intentona contra la FIL, desde luego fallida, obliga a insistir en la urgencia de retomar una conversación que pueda llevarnos a un pacto nacional para cerrar el paso a toda clase y color de violencias, a la defensa colectiva –nacional, local y federal–, de nuestros centros de educación superior e investigación científica y humanística y, de ser posible, a los protagonistas de esta misión política primordial de autodefensa plantearse ya, sin pretextos, el gran tema olvidado de la ética política para darle al desarrollo, entendido como proyecto nacional, un lugar central en el debate y los discursos de las próximas campañas electorales.
Con tanto desplante de tensión dinámica como han presumido los marchistas en Guadalajara, y no se diga en la Ciudad de México, pedir que la política retome su centralidad como gran empeño renovador y hasta civilizatorio es imprescindible. Por lo pronto, los miles de asistentes a la Feria de los libros, antes de que los centenares de escolares puntuales a su cita anual, alegren y recorran sus pasillos, ya la han hecho suya mostrando con su asistencia un valioso y necesario mensaje educativo y cultural: total repudio a la tontería supina de que han dado muestra los gobernantes de ese enjundioso estado de la Federación, pionero del mejor liberalismo del que podemos presumir.
Jalisco y su ciudad capital muestran orgullosos su hazaña mayor resumida en el gran edificio donde se exponen a todos, todos los libros que recientemente se han publicado. La FIL, portento de organización e ingenio, fiesta colectiva de todos quienes valoran la cultura, cemento fundamental de cohesión social y progreso, piso compartido de desarrollo y de capacidades para estar en el mundo y aprovechar sus avances humanísticos, científicos y técnicos.
Que los perpetradores del despropósito de la semana pasada se vayan a buscar un examen a título de suficiencia, a ver qué profe se los aplica. Y que la cultura, los libros y esfuerzos como los empeñados en la celebración de la Feria Internacional de Guadalajara, tengan larga vida.