Rolando Cordera Campos

Tarde, demasiado tarde

El gobierno actual, el que pregona el cambio y la transformación, ignora y desdeña una y otra vez las advertencias a reducir el calentamiento global y tener una vida más sustentable.

En una reciente entrevista con Leonardo Curzio, José Sarukhán vuelve a advertirnos: cada vez nos acercamos más al colapso. Ningún maleficio encima, solo la dura miopía de una especie que ha abusado de su entorno y que ofuscada renegó de su lugar privilegiado en el gran reino de natura. Cruel conclusión: las irresponsabilidades y los abusos hay que pagarlos cuanto antes, y sin garantía alguna de que habrá “cambio”, por así decir, de por medio.

Por qué el gobierno actual, el que pregona el cambio y una transformación cuarta, ignora y desdeña una y otra vez esas advertencias y opta por mantenerse en la penumbra. Por qué no ha hecho suyas las enseñanzas generadas a lo largo de los años por decenas de mexicanos quienes, desde trincheras diferentes, como la ejemplar CONABIO, han cultivado destrezas reconocidas y apreciadas en prácticamente todo el mundo, aportando diagnósticos y posibles soluciones, caminos para contribuir a reducir el calentamiento global y tener una vida más sustentable. Miedo al mundo y a sus asechanzas no puede ser el diagnóstico. Todos estaríamos reprobados.

Más bien, lo que parece predominar en el ánimo gubernamental es una repulsa a grupos, personas e instituciones que, en los últimos cuarenta o cincuenta años, se han formado para encarar nuevos retos, desafíos no superados por parte de la Organización de las Naciones Unidas y sus organismos primigenios, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Mundial. Organismos públicos y privados que han surgido decepcionados con las acciones emprendidas por los organismos establecidos; otros, como expresión de convicciones profundas y de la urgente necesidad de emprender acciones coordinadas, a escala internacional, para evitar que el mundo de los humanos deje de tener futuro.

El mensaje de grandes investigadores como lo es el doctor Sarukhán claramente va en este sentido. Hay que promover la acción individual y de grupo, de región y de nación, para retomar el ánimo que parecía estar emergiendo globalmente antes de que la pandemia estallara. Impulso que, tras los resultados de la Gran Recesión del 2008-2009, había llevado a sectores importantes a reflexionar en torno a la necesidad de tejer esfuerzos que emularan el “Nuevo Trato” de Roosevelt, allá por los años treinta del siglo XX, pero ahora con un imprescindible componente: la restricción ambiental atada al principio y al fin de cualquier planteamiento que emergiera.

La esencia del mensaje era y sigue siendo una, clara y contundente: el asunto es de todos, planetario y global. Actuamos globalmente, o poco será lo que mediante esfuerzos aislados se alcance. Nada más, pero nada menos.

Entre nosotros, si bien no son pocas las comunidades, los grupos y las academias conscientes del mandato y de su urgencia, contrastan con las insuficientes acciones que se emprenden. No hay correspondencia entre acción y organización; menos entre acción, organización y conciencia.

Algo falta, algo falla, es preciso tomar medidas correctivas ya; por ejemplo, que los medios de información y comunicación asuman responsablemente su rol y se conviertan en medios de transmisión del sentimiento de emergencia que embarga a muchos. Que universidades, representantes políticos, populares, empresas y colectivos conformen una plataforma, un enorme y móvil piso de conocimientos y de estrategias de divulgación antes de que sea tarde. Demasiado tarde.

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