Las no campañas mantienen el paso fijado por los altos mandos, pero sus implicaciones en el (des)tejido social siguen sin ser identificadas. En un descuido mañanero, los mandones tratarán de designar a algún prohombre sanitario de la pelea pasada, y perdida, para encarar el daño, pero esperemos que algo de mesura emerja y las cosas de lo público empiecen a tomarse en serio. Solo es necesaria una pizca de sal de realismo para no caer en un triunfalismo inane, pero muy contagioso y grotesco.
Véase si no el frenético seguidismo del frente opositor a las burdas maniobras electoralistas del gobierno y su jefe para darse una idea bastante aproximada de lo que, en un ambiente tan extraviado, puede ocurrir. En especial con los sentimientos y temores de quienes pasan por la calle del quehacer político y pretenden formar parte de él en calidad de ciudadanos del común.
En estas condiciones poco espacio queda para el optimismo, por más promoción que haga el gobierno de los números de la economía que pueden parecerles cifras alentadoras para la gran prueba del 24, pero que mal haría la autoridad financiera y encargada de la conducción económica si se traga sin más sus mensajes, y busca convertirlos en política económica y social para un cierre jubiloso. De ser el caso, podría llevarnos a un desencanto fruto de una ilusión precoz y mal entendida. Y a repetir aquella lamentable temporada de fuga de capitales y especulación desenfrenada.
Las noticias más recientes sobre la pobreza y la pobreza laboral pueden satisfacer a más de uno, pero no a quienes cotidianamente laboran precariamente y con salarios bajos, y ahora reducidos por la inflación. Tampoco a los jóvenes que son quienes mayormente conforman ese mundo de trabajo informal y precario: ellos pueden sobrellevar una vida pobre gracias a las transferencias, pero sin mayores posibilidades de superar su condición porque para eso se necesita tiempo y, fundamentalmente, inversiones que ni el Estado ni el capital parecen dispuestos hoy a emprender.
En estas desafortunadas condiciones tenemos que seguir hablando de mal desempeño económico global y de subdesarrollo, nefasta combinatoria que muchos supusimos iba a ser el principal enemigo de la llamada cuatro T. No ocurrió así.
Su transformación se encaminó a reciclar usos, abusos y costumbres del poder, a usar doble o triple lenguaje, a sembrar una conciencia antioligárquica que pronto derivó en un clasismo de abajo a arriba, de izquierda a derecha, que puede ser tan dañino como el que todas las mañanas el Presidente condena sin tocarlo con el mínimo decreto fiscal.
Las tormentas verbales diarias no tienen mayor consecuencia de fondo. Todo se conmociona y hasta se buscan respuestas rápidas del vapuleado Poder Judicial, pero … todo vuelve a la por demás extraña normalidad que se impuso tras la pandemia.
Normalidad extraña, incapaz de exorcizar que, por más que se niegue, la economía es y seguirá siendo asunto mayor. No solo porque de ella dependemos la mayoría sino porque en el mundo se anticipan perspectivas ominosas no solo en los intercambios intensos de comercio y capitales auspiciados por la hiperglobalización, sino en el corazón mismo de este capitalismo “único”, dice Milanovic, que no encuentra territorios donde asentarse y dar alivio a tanta crispación interna de una globalización que dejó de serlo.
Todos en el mismo barco, sin rumbo y sin atuneros que lleguen en nuestro auxilio. Lo malo es que, junto con la perrita Bella, figura interminable de un naufragio inusitado, vamos todos a la deriva. Lo peor: ese mundo que es también el nuestro, no lo es para el Presidente. Ya nos pasará la factura.