Rolando Cordera Campos

Tiempo y desaliento

Llegamos al año dos del gobierno con imágenes de realidades que no cazan unas con otras y derrumban cualquier intento de diagnóstico.

La Cuarta Transformación ha llegado al segundo año de su travesía como grupo gobernante, pero no le resulta fácil dar buenos resultados de su viaje alrededor del globo. Éste, cuarteado por los varios impactos que le asestara la naturaleza agredida e inclemente, apenas puede girar en torno a su propio eje y darle la vuelta obligatoria al Sol; lo que no puede es dar buenas cuentas del estado que guardan las sociedades.

Un diagnóstico no puede partir de una estrategia maniquea de perversos contra querubines. Ni siquiera de vencedores y vencidos, porque puede resultar, muchos los sabemos o intuimos, que acabemos todos inermes y desprovistos de la energía mínima para izar las velas, trazar y corregir el rumbo y reiniciar el recorrido.

Podemos quedar arrumbados en un muelle y sin vientos que ofrezcan navegar a toda vela. Y, al cabo del tiempo, descubrir que ese y otros atracaderos son tristes homenajes a las grandes historias de Onetti y sus Astilleros. Pura calma chicha, soledad e infortunio y la ambición exhausta.

No habrá poesía y canto para celebrar; la pandemia no lo permite y la mínima conciencia de la realidad lo desaconseja. Festejar podría ser una provocación pueril y llevarnos a nuevas contiendas sin sentido y sin salida.

No me corresponde arriesgar un diagnóstico sobre los sentimientos de la nación y aquellos que le tocan a la IVT. Que sus partidarios se mantengan en la simpatía que llevó a López Obrador a la presidencia sigue siendo noticia notable, porque en lo tocante a los bienes materiales y la esencia de la vida en sociedad, que es la seguridad, no hay logros aceptables. Puede no ser el desastre que invoca como mantra una obtusa oposición que se sueña golpista, pero nadie puede presumir una caída económica en torno al 8.0 por ciento; un empobrecimiento laboral millonario y una brecha en el empleo y la ocupación que debería aliviarse con dinero y no sometida a los arbitrios de los programas oficiales que, por buenos que fueran, no alcanzan para aliviar a una multitud de damnificados que no ha encontrado refugio ni en la magra recuperación del empleo ni en la microreanimación de los negocios que apenas se sostienen.

Esos restos en materia de trabajo, remuneración e ingreso cotidiano, deberían ser indicadores primarios, insoslayables, tanto para acciones inmediatas como para delinear una estrategia de recuperación sostenida que nos permita, algún día, reponer lo perdido y poner la ambición colectiva en clave desarrollista.

No será derrotando a la miseria o el hambre lo que permitirá desplegar la imaginación y despejar lo que nos queda de energía y ánimo. Tampoco levantando guillotinas virtuales para "las elites" lo que guiará la ingrata tarea de recuperar visión y sentido de misión terrenales, laicas e ilustradas con la experiencia mexicana de sobreponerse a la adversidad y apresurarse, no siempre a tiempo, por cierto, para llegar a acuerdos fundamentales.

No se trata de renegar de convicciones personales. Tampoco de edulcorar el verbo y ofrecer amnistías que pocos creerían y menos asumirían. El reto verdadero está en reconocernos como tripulantes de una nave común, dispuestos a aceptar un rumbo colectivo previamente razonado y por esa vía asumido como de todos.

Para eso debería servir nuestra forma democrática de vivir como sociedad de iguales y diferentes y no como mónadas sin destino. Para empezar, tendríamos que esforzarnos en identificar la realidad como escena y escenario que nos contiene a todos, un entendimiento construido a muchas voces, que por más desafinadas y discordantes que puedan parecer a algunos, son parte del todo y no aceptan tono único de algún grupo o persona autodesignado como titular de la verdad.

Lamentablemente, aunado a nuestra tragedia sanitaria y al desplome económico, nos hemos dedicado a quemar infiernitos; a decretar realidades y estigmatizar al diferente.

Así llegamos al año dos del gobierno con imágenes de realidades que no cazan unas con otras y derrumban cualquier intento de diagnóstico. El de la economía, es demasiado duro y no deja mucho espacio para la negación. Pero en la enfermedad, ahora la emprendemos nada menos que contra el directivo de la OMS rechazando recibir el mensaje.

Inventar 'elites enemigas' así como intelectuales 'orgánicos' sólo sirve para viciar el ambiente, por si falta hiciera. La nave no va, como siempre quiso Fellini. Nuestro peligro es que de plano deje de serlo.

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