Durante décadas se discutió si México debía o no mantener un bajo déficit fiscal, por las consecuencias que tiene. Ante la falta de una recaudación suficiente para que el Estado logre mantener el gasto público en infraestructura, educación, salud, seguridad nacional, seguridad pública, los gobiernos, entonces priistas, tenían la disyuntiva de aumentar el circulante, la deuda pública o bajar el gasto. Ninguna era popular. Por eso se sobreendeudó al país, con los resultados inflacionarios, de desempleo y de falta de inversión. Componer el desastre llevó al presidente Miguel De la Madrid a bajar el gasto público, vender empresas públicas no prioritarias (más de 250), ordenar las finanzas públicas y hacer frente a una renegociación de la deuda que se debatió mucho, pues algunos economistas, pensaban que la moratoria sería la forma de doblar a nuestros deudores, pero el costo sería acabar con el sistema financiero nacional.
Ante los efectos que el quiebre tendría se optó por renegociar la deuda y se lograron resultados exitosos, pues acabamos pagando menos de la mitad de la misma y se liberaron recursos públicos para inversión y fomento al empleo. Superamos así una crisis que fue de mucho sufrimiento para todos. Después vino el renacimiento con el TLCAN, de un México próspero, que recibía dólares a un ritmo que la economía no podía absorber, 3 a 1, era la relación. Pasar por la puerta de un banco implicaba salir con una tarjeta de crédito. Se compraron casas, autos, se envió a los hijos a escuelas privadas, la economía crecía. Vino el asesinato de Colosio y el fin de una época.
Los capitales huyeron y el dinero se encareció. No se podían pagar las deudas que eran mayores que los bienes adquiridos. Los bancos embargaron, algunos deudores pudieron renegociar, pero en general el golpe fue durísimo. Todos se empobrecieron y además se subieron los impuestos como el IVA para garantizar el pago de Tesobonos y evitar una crisis del sistema financiero internacional. Se logró evitar el veto del Congreso norteamericano, se nos otorgaron créditos y se salvó la emergencia.
A partir de entonces, el presidente Zedillo se dedicó a fortalecer la economía para evitar crisis sexenales recurrentes. Fortaleció al sistema financiero, impuso medidas a los bancos para proteger el ahorro, legisló en materia de seguros, otorgó a Banco de México autonomía, en fin, logró su propósito. Perdió las elecciones, pero se pensó y se discutió si en la Constitución debía o no incluirse el mandato de que el gobierno federal no debía incurrir en déficit fiscal mayor al 2 por ciento del PIB. Esto con el fin de mantener una economía sana, con gobiernos responsables que no emitiesen dinero, contrataran deuda o gastaran desproporcionadamente el erario público porque los costos son siempre mayores y muy duros para quienes menos tienen. Se decidió no legislar el asunto y así quedó bajo la responsabilidad de la SHCP cuidar las finanzas.
Incluso se creó un fondo de estabilización, con más de 300 mil millones de pesos, para enfrentar posibles crisis internacionales y evitar el daño al país. El fondo se mantuvo por dos sexenios y se incrementó; era un blindaje contra adversidades. Muchos legisladores y economistas intentaban convencer al gobierno de gastar un poco más en aspectos sociales, aun cuando creciera el déficit fiscal, pues riqueza y pobreza, tras la globalización, se han ido separando cada vez más. Pero se optó por crear fideicomisos para atender necesidades sociales y mantener finanzas sanas.
Con AMLO las cosas cambiaron, el gasto público se utilizó como detonador de prebendas sociales con fines electorales, se decidieron obras sin planeación y sin costos, se revirtió la reforma energética y se paralizó la inversión privada en el sector, si bien creció el salario mínimo al separarse de multas, y se incrementó la masa salarial con las dádivas, al final cayó el sistema nacional de salud, fracasó y se desmoronó el sistema educativo, la inversión crece gracias a remesas e inversiones de nearshoring. No crecemos más porque no hay infraestructura, ni electricidad suficiente para mantener el desarrollo.
El gobierno rompió con las finanzas sanas. En 2024 tendremos el mayor déficit fiscal del sexenio, al subir al 5.4 por ciento del PIB, y que hasta 2022 era alto, de 3.2 por ciento, pero hoy, ampliamente rebasado. Al efecto se contrató deuda por un billón 737 mil millones de pesos, es decir, casi el 20 por ciento del gasto público se pagará con deuda. ¿De dónde puede financiar pensiones mayores? Las existentes ya son deficitarias y el gobierno cubre el diferencial resultante de los derechos adquiridos.
Si bien se dice que el dinero se empleará en concluir obras, por cierto, onerosas y sin beneficio económico, lo cierto es que enfrentamos un año electoral. Habrá más demanda y más inflación. Se llega a un déficit del 50 por ciento del gasto público. La preocupación es que este desbalance entre ingreso y gasto, que hoy no se hace patente, deberá atenderse en el próximo sexenio.
Aumentar ingresos, con obras subsidiadas que no funcionan, obligará a quien sea que gane la elección a aumentar los impuestos y tratar de bajar la inflación. No se podrá salvar a Pemex y habrá que buscar otras medidas para no seguir quemando dinero. Habrá que abrir la inversión a energías limpias y reestructurar a CFE. En resumen, una nueva planeación del ingreso y el gasto público es indispensable.
Por eso, es una burla que AMLO diga que aumentará el gasto en pensiones para jubilarse con el último salario recibido. Ya se acabó con el Fondo de Estabilización, con el Fortamun, con el Fonden, con todos los fideicomisos públicos y no sabemos a dónde fue el dinero, ni se atienden los programas que los crearon.
Ahora quiere el dinero de las Afores. No tiene dinero para fortalecer las pensiones. Solo quiere adueñarse de nuestros ahorros para administrarlos, de hecho expropiarlos, e invertir en sus obras prioritarias, hechas por los cuates, que dirá que serán lucrativas, pero que no servirán para pagar ni la deuda pública, ni mucho menos mejores pensiones. No te dejes engañar. Busca a tu diputado y protesta.