Incidente. Ese fue el término inicial elegido por el gobierno para referirse a la tragedia que ha cobrado la vida de 25 personas, mandando al hospital con serias heridas a decenas más y cancelado el servicio de transporte a centenas de miles.
Dice la RAE que ‘incidente’ define a algo “que sobreviene en el curso de un asunto o negocio y tiene con éste alguna relación”.
Incidente. En los últimos días, en Tláhuac hemos escuchado llorar a abuelas, madres, esposos, parejas, hijos porque no encontraban a sus seres queridos; o porque los encontraron sin vida, o mal heridos, con la vida desecha por lo que alguien construyó mal, o supervisó mal; por una línea de Metro a la que se le dio pésimo y mortífero ‘mantenimiento’.
Incidente. El video que nos deja ver, en azulado blanco y negro, el momento preciso del desplome del tren del Metro en las proximidades de la estación Olivos eriza la piel incluso si es una silente minipelícula de terror de unos cuantos segundos.
Incidente. Estamos frente a la segunda tragedia en el Metro si se contabiliza en términos de cuántos muertos ha cobrado esta negligencia. La segunda desde 1969. Desde el día uno se posicionó como la segunda tragedia más grande, pero por desgracia aún no podemos afirmar que todos los heridos se recuperarán, ni sabemos en qué condiciones de trauma quedarán, ni si podrán volver a caminar, o a trabajar, a hacer una vida normal, como la que tenían al abordar ese lunes 3 de mayo el Sistema de Transporte Colectivo.
Incidente. Los muertos y los heridos –hospitalizados o no– son pobres. Son trabajadores. Son capitalinos que creen en el esfuerzo sin dar discursos al respecto. Mujeres, hombres y niños indefensos frente al sistema, que no tendrán a la mano abogados caros, ni parientes que pidan favores por ellos para que alguien responda debidamente por este atropello a su integridad, por este fraude a su confianza: creían que viajaban seguros en un transporte gubernamental, en realidad iban en un anaranjado ataúd rodante.
Quizá dijeron incidente para ver si pegaba el terminajo y ya, en cuestión de días nadie hablaba de tragedia y todos volvíamos a la calma –un antónimo de incidente–, a los temas que sí importan en Palacio: que Marcelo se luzca con las vacunas, que Claudia parezca non plus ultra con la vacunación. Que el muy priista juego del tapado de Morena nos tenga en el filo de la butaca, que nada ni nadie –y menos una veintena de pobres de Tláhuac– descarrile sus sueños de ganar la grande.
¿Que afuera de Palacio hay una realidad que no sigue el reloj de las mañaneras ni se arreglará por el arte de la magia de los otros datos presidenciales? Hombre, qué más da, si el Peje evita esos temas que afectan a la gente de a pie, la prensa hará lo mismito, y obviará reportar debidamente sobre las señales de alerta de un país de gobiernos –es un decir– donde la empatía y la eficiencia son inexistentes. Por eso resulta hasta natural que la mañana del martes la palabra elegida desde el poder para tratar de encapsular el dolor y la indignación fuera “incidente”.
Pero volvamos a lo que importa, a las víctimas. Ojalá el gobierno, el capitalino y el federal, hubieran elegido otra palabra, un término que no tratara a muertos y heridos como incidentales, porque incidental, volvamos a la RAE, es algo que se dice “de una cosa o de un hecho: accesorio, de menor importancia”. Ni en eso pensaron. Porque eso piensan.