La Feria

El CIDE y el ITAM, en crisis, pero muy diferentes

Que el CIDE y el ITAM estén en crisis habla de la miopía de los líderes, y de la incapacidad para incidir por parte de la sociedad.

El Centro de Investigación y Docencia Económicas está bajo acoso desde hace más de un año. El presidente de la República cree que ahí se formaban cuadros para el neoliberalismo y prefiere secar una institución a, incluso si fuera el caso, corregirla.

El Instituto Tecnológico Autónomo de México, por su parte, enfrenta otra coyuntura delicada. En este caso no es Palacio Nacional el factor que amenaza a esa institución. El daño es autoinfligido. El ITAM ha dejado pasar demasiadas oportunidades para entender que debe lidiar adecuadamente con demandas de un alumnado crítico que sí entiende que el acoso sexual, de profesores y alumnos, debe ser investigado y, en su caso, sancionado. Pero la dirección de ese instituto carece de la empatía, conciencia e incluso el profesionalismo necesarios para entender la gravedad de las denuncias fundadas.

No hay instituciones perfectas. Ni en México ni en el mundo. Ni privadas ni públicas. Puestos a encontrar deficiencias, errores, fallas, desviaciones o defectos a un centro educativo, no se salvaría ninguno. La responsabilidad de autoridades públicas y privadas es contribuir a la mejora sin provocar retrocesos. Bueno, ése es el proceder convencional, no el de mentes radicales como la del señor Presidente, o la de los dueños del ITAM.

Para López Obrador el CIDE merece un castigo, un correctivo por supuestos coqueteos con los regímenes priistas o panistas. Si el marco de pensamiento (es un decir) de quien hoy toma las decisiones presupone que todo el pasado fue corrupto, entonces la tabula rasa es la medicina que se ha de recetar.

De esa manera, forzar la renuncia de un director para crear un vacío, y luego hacer la crisis más grande con decisiones atrabiliarias del interino y sus superiores es visto desde el Ejecutivo como el camino para anular una herencia, demoler lo que había y, eventualmente, poner ahí cimientos no de una nueva obra, sino de los vestigios de lo que ‘debió ser’, así nunca se construya nada. Es demoler y que queden las ruinas, para nada reconstruir. Como todo fanático: que lo destruido dé cuenta de nuestra virtud. Por fortuna hay de parte del alumnado, exalumnos y académicos de otras instituciones en ruidosa resistencia, pero es difícil pronosticar el desenlace. Si Vidal Llerenas ganara la dirección hay una ventana de posibilidades de que se imponga una mesura, un espacio de diálogo. Pero hasta eso es hoy remoto por la inquina presidencial.

En el caso del ITAM los que parece que odian a la institución son sus patrocinadores. Han vivido de las y los alumnos y de las familias de éstos, pero ni así entienden que se deben a sus jóvenes y no a sus burocracias.

El ITAM es dañado por sus directivos de una manera difícil de entender e incluso de creer. El mundo cambió en este siglo. Las relaciones de poder –y en las escuelas se dan desde siempre– ahora están sujetas a nuevos parámetros. Los reclamos por abusos de parte de los maestros, que por años fueron callados, hoy son justamente repudiados por las alumnas.

El ITAM no ha reaccionado adecuadamente. El último ejemplo es el de un alumno que ha tenido múltiples denuncias en casa y en el extranjero. Si no corrigen el rumbo, si no desarrollan un modelo efectivo contra el acoso, gestarán no sólo más abusos, sino incluso señalamientos falsos: pondrán en riesgo a la institución misma.

Que el CIDE y el ITAM estén en crisis habla de la miopía de los líderes, y de la incapacidad para incidir por parte de la sociedad.

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