El proyecto político de Andrés Manuel López Obrador fracasará si se dan dos condiciones. Si en su equipo y entorno los mexicanos ven abusos como en el pasado y/o si ocurre una gran crisis económica que se trague las esperanzas de bienestar de la población.
De presentarse una o las dos, a AMLO le pasará lo que a prácticamente cualquier presidente moderno de México: se irá por la puerta de atrás. Ahí está la línea de flotación de este gobierno. ¿Dónde estamos a mitad del sexenio?
La economía no pinta bien. Las y los expertos tienen todos y cada uno datos sombríos para este año. El cierre de 2021 fue menos bueno de lo que se creía (que no era mucho, por cierto), y no llegan por ningún lado señales de que las finanzas mejorarán.
López Obrador ha dicho este mes que él de cualquier manera cree que México crecerá al 5 por ciento. Se entiende que el mandatario quiera tranquilizar a sus seguidores –que no son pocos–, pero sus palabras son sólo ruido mañanero: la propia secretaria de Economía calcula un crecimiento de la mitad.
Sin embargo, afortunadamente hoy no estamos en una crisis. Por tanto, el desplome que sufriría el gobierno por este delicado tema no parece inminente. Ojalá no haya nuevos elementos externos e internos que empeoren la marcha de la economía: aunque con AMLO sobra para dificultar eso.
En el otro frente la cosa es muy distinta. Si los videos de los hermanos de López Obrador con bolsas de efectivo remecieron al Presidente, ahora vemos que eso palidece dadas las enormes suspicacias que han provocado las casas y la vida del primogénito de Andrés Manuel.
La reacción de López Obrador, que ha incluido el revelar supuestos ingresos de quien presentó la nota sobre José Manuel López Beltrán, está lejos de terminar.
Más allá de si el Presidente está o no fuera de sí porque su discurso de austeridad ha quedado abollado sin remedio, lo importante es que él pretenderá que de ninguna manera se le diga que es un corrupto, uno más de los que ha tenido México en la silla presidencial, uno más como los de antes: con su entorno familiar abusando del poder.
Siendo ése el objetivo, el ataque del viernes a Loret es un adelanto de lo que viene. Lejos de contenerse por la repulsa que se vio en redes sociales –ojo, en los medios de comunicación tradicionales no fue para nada similar, léase en la televisión nacional–, Andrés Manuel acudirá a la chistera de siempre a sacar conejos (Loret el primero) que pretenderá hacer pasar por paquidermos en términos de corrupción.
Como López Obrador no puede hacer que su hijo desaparezca de la conversación en tiempo real, entonces provocará un tsunami de ejemplos de “la verdadera corrupción”, la de los políticos del anterior régimen.
En ese desaforado intento echará mano de su ascendente en el Poder Judicial (que no es poco), de la FGR, la UIF y el SAT, y en una de esas inaugurará nuevos instrumentos: la Auditoría Superior de la Federación o los gobernadores de su partido que justo han asumido y podrán evidenciar a los antecesores remolones (los que cooperaron, consulados o embajadas; los que no, auditorías y juicios).
En el mes dos de 2022 ya sabemos de qué se va a tratar el año. Para tapar los trapos sucios de Houston, se revivirá el nacionalismo (pelearse con España para hacerle el caldo gordo a la reforma eléctrica), y el Presidente perseguirá a tantos cuantos pueda para afirmar que los de antes eran más corruptos.