Desde el 27 de enero, cuando se dio a conocer una propiedad texana en la que vivieron su hijo y su nuera, el presidente López Obrador se embarcó en una campaña en contra de algunos medios, periodistas y empresarios, y de algunas organizaciones.
Nada de lo anterior es nuevo, pero la vehemencia con que lo hizo, y la ruta sin retorno que parece haber tomado, hablan de que Andrés Manuel ha decidido que esta polémica sea el punto de inflexión de su sexenio.
El Presidente quiere que el derrotero de los próximos dos años y medio sea uno donde todo el periodismo crítico quedará encapsulado con la etiqueta de ataques de una prensa que está al servicio de los intereses del pasado.
Decir periodismo crítico parece una redundancia. Pero en nuestro país buena parte de los esfuerzos informativos que se hacen es, en el mejor de los casos, recuento de sucesos o servicio social; no investigación, no reportajes que cuestionen a los poderes.
En parte es así porque el Presidente tiene de su lado a muchos de los grandes medios. Y tiene también la posibilidad de apretar a esos aliados. De forma que las plataformas mediáticas donde se ventilan reportajes y asuntos que deberían ser un escándalo son pocas, y su alcance, a pesar de las redes sociales, limitado. Siendo generosos, podríamos decir que básicamente los mismos medios críticos de ayer son los de hoy. En eso no ha habido transformación de la vida nacional.
Ahora bien, entre los críticos de AMLO hay tanto periodistas como columnistas que han renunciado, desde el arranque del sexenio o después, ya no a la objetividad, sino al mero intento por reportear o escudriñar de manera balanceada al Presidente, al gobierno federal, los gobiernos locales del mismo color o a las distintas instancias donde Morena es dominante (las cámaras, por ejemplo). Y, en sentido contrario, dispensan diferente (mejor) trato a la ‘oposición’.
Quien así se comporta, quien sólo (o prioritariamente) tiene como objetivo a un partido, ¿sigue siendo periodista? Desde siempre hay periodistas con alguna tendencia, pero cuando ésta ya es abierta militancia, ¿se sigue siendo periodista?
Se hace necesaria una discusión sobre el papel que estamos jugando hoy los periodistas. El problema es que los más visibles (generalizo y seguramente en ello habrá injusticia de mi parte) parecen disfrutar del momento. Le han cogido gusto a los ataques del Presidente. ¿Será que creen que ganan? Y luego, al igual que el tabasqueño, dan rienda suelta a términos donde dictador o autócrata son usados con temeraria ligereza.
El acoso de AMLO no cejará porque el Presidente cree que los medios son doblegables y que le ayudan inadvertidamente a un propósito doble: desviar la atención de otros temas urgentes y justificar que enfrenta una conjura que pretende impedirle que trabaje por los pobres.
Para esto inventó la mañanera y decidió la toma de los medios públicos para volverlos de gobierno: para controlar la opinión pública. La crisis de Houston le llevará a acelerar la maquinaria que socava la credibilidad de los mensajeros. Y estos, con su evidente animosidad antilopezobradorista, contribuirán a que cada revelación periodística sea puesta en entredicho sin siquiera analizarla.
Los periodistas, contra lo que dice el canon, serán por años la noticia. Poco importará el qué de la noticia, sólo será relevante el quién firma para que unos y otros, de ambos lados del polarizado espectro, estén dispuestos a descalificar o a endosar las informaciones.
¿Cómo se narra periodísticamente una batalla política cuando la prensa se ha integrado en alguno de los dos bandos?