Una de las cosas más singulares que se han visto en estos años de lopezobradorismo es una especie de rehabilitación del priista Roberto Madrazo.
No es que las personas no merezcamos una segunda oportunidad, pero hay niveles: este tabasqueño ahora pretende dar, en un libro o en entrevistas, lecciones de democracia. Sí, el personaje de las abusivas y desaseadas elecciones priistas de Tabasco en los años 90 y dosmiles, marca de la casa que caracterizó comicios incluso donde él no era candidato; sí, el mismo que por ambición personal mangoneó al PRI para llevarlo a una humillante derrota presidencial en 2006.
De esos lodos viene Alejandro Moreno, actual presidente nacional del Revolucionario Institucional. Y si origen es destino, en este caso parece que estamos ante una fatalidad política de dimensión olímpica.
El agandallamiento de Madrazo del PRI para quedarse con la candidatura de 2006 dejó muy lastimado –adentro y afuera– al tricolor.
El aferramiento de Moreno hoy para no hacerse a un lado de la dirigencia, luego de continuas derrotas electorales y escandalosos audios, amenaza con desfondar lo que queda de las posibilidades priistas de tener un buen desempeño en las venideras elecciones.
Es un contexto muy distinto, pero la reedición en la persona de Moreno de una calamidad estilo madracista parece inevitable.
Alito, como le dicen al líder tricolor, tiene sólo una vía para intentar sobrevivir el embate, descarado y hasta grosero, de la gobernadora campechana Layda Sansores.
Esa fórmula pasa por conseguir la unidad de los priistas, no sólo de la estructura formal, sino sobre todo que esa solidaridad se la manifiesten los liderazgos informales.
Tal solidaridad ni sería gratuita ni implicaría un cheque en blanco frente a posibles indagatorias judiciales que se le llegaran a sustanciar a Moreno.
Porque si para algo necesita Alejandro Moreno que el PRI esté unido es para que su partido demande que cualquier averiguación previa o juicio se le realice apegado a derecho, y no sólo motivado por la inquina de Layda, que no puede actuar como lo está haciendo –difundiendo audios que sólo pueden ser de origen ilegal– sin la bendición del presidente López Obrador.
Un cierre de filas de los priistas para arropar a Alito incluye, forzosamente, la salida de Moreno de la presidencia de la dirigencia nacional.
De otra forma, un PRI que sólo le obedece a él, como en su momento fue el de Madrazo, carecerá de toda autoridad (no se rían) a la hora de reclamar el proceder de Sansores.
Máxime con los hechos de ayer, cuando ya no sólo fue la gobernadora quien se lanzó contra Alito, sino el fiscal campechano, Renato Sales, que dirigió un cateo a propiedades del presidente priista.
Alito no ha entendido la grave coyuntura que enfrenta. Como Madrazo en su momento, domina hoy las decisiones del PRI. Mas como también ocurrió en su momento con el tabasqueño de eternar ambiciones unipersonales, el partido lo dejará sólo en la indignidad.
Si en verdad Moreno puede mostrar que es inocente de lo que le acusan, si lo que oímos en los audios no es indicativo de delitos e irregularidades, sólo podrá dar la batalla para demostrarlo si su partido le apoya. Y ese partido hoy está dividido.
Todo lo aquí expuesto no tiene en cuenta que, encima, cada escándalo, por ejemplo las imágenes del cateo de ayer, socava el discurso de una alianza opositora que quiere tener la lengua larga, pero que audios semanales o diligencias judiciales muestran que uno de sus protagonistas podría tener la cola aún más larga.
Aunque luego den discursos de democracia.