Alejandro Murat aparece en estos días en portadas de revistas capitalinas y los titulares de éstas hablan de las aspiraciones del oaxaqueño. Raras cosas las que se ven ahora en la política nacional: un perdedor que dice que suspira por cosas mayores en la vida pública.
El PRI está en problemas. Su líder nacional es un lastre. Ante ello algunos sienten, quién sabe con qué argumentos, el llamado de presentarse como opciones para el futuro tricolor. Entre ésos que abrigan ilusiones sin fundamento destaca, no para bien, el todavía gobernador (es un decir) de Oaxaca.
Ocurre que el PRI tenía una vieja regla que ayudaba a que, sin mayor trauma, se acomodaran sexenalmente sus calabazas: el que ya bailó debía de sentarse. Y máxime si después de la fiesta ese bailador había sido incapaz de traspasar el poder a uno de su mismo partido. Exactamente el caso de Murat Jr.
Alejandro Murat se convirtió, con justicia o sin ella, en un símbolo: el de la claudicación frente al presidente López Obrador.
Difícil de lidiar con Palacio Nacional en estos tiempos la marca es, dirían en La guerra de las galaxias. Los gobernadores del país han enfrentado todo el sexenio el acertijo que significa un Presidente centralista y atrabancado.
Se requería talento para encontrar, como Ejecutivo estatal, una sana distancia de dignidad y respeto frente a un jefe de Estado convencido –no sin razón– de que los gobernadores evaden cualquier rendición de cuentas, tanto en el plano local como ante las instancias federales.
Murat, en cambio, parece haber optado por un camino distinto: la opinión pública lo vio plegarse a los designios lopezobradoristas desde bien temprano en el sexenio, y ceder la plaza tan prematuramente que nunca nadie pensó que en las elecciones de 2021 y 2022 la oposición tendría chance de ganar algo significativo en suelo oaxaqueño. Esas derrotas son todas suyas, o principalmente suyas.
Si Murat Jr. pensó que no tenía otra opción que ésa, que lo único que le quedaba luego del triunfo de AMLO en 2018 era volverse el más morenista de los mandatarios priistas, alguna razón, de miedo o de peso, pudo haber tenido.
Lo extraño es que, luego de esa rendición, que dura ya años, ahora a Murat Jr. le hayan salido espolones. Bueno, también eso es un decir. Corrijo: que ya luego de ser el obediente que por años fue ahora se presente en las revistas nacionales como alguien que aspira a cosas, parafraseando al Chicharito, muy fregonas.
Conviene aclarar paradas porque, en los tiempos revueltos que vivimos, luego se empieza a hablar de cualquier cosa, de cualquier persona como candidateable.
Si es real que México enfrentará en 2024 una disyuntiva, ésta no debería ser entre los de Morena y unos opositores que ven en la crisis de sus partidos la oportunidad para seguir colgados del presupuesto público.
Murat Jr. fue un personaje del peñismo que tendría que explicar los señalamientos que su sucesor David Penchyna hizo con respecto a contratos ventajosos que se dieron en el Infonavit cuando lo dirigió (otro decir) el hoy todavía mandatario oaxaqueño. Tema, por cierto, del que luego se derivó una de las más bizarras actuaciones de la Fiscalía General de la República, pero ése es otro cantar.
Si realmente pretende competir en las elecciones de 2023 y de 2024, el PRI debe resolver, y pronto, su crisis de liderazgo. El tricolor deberá salir de Alito, pero veremos si evita un nuevo error: el de creer que Murat Jr. es candidato a algo que no sea el retiro.
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