Ricardo Monreal ha iniciado una ruta que suena a mucho más que a encarecerle al presidente López Obrador el costo de no romper con Morena.
El zacatecano ha declarado ya que las encuestas para definir la candidatura morenista a la presidencia de la República son un método no confiable, y que no se prestará a esa engañifa.
Tan directa descalificación a la manera en que Andrés Manuel barnizará de legitimidad su dedazo ocurrió a la par del primer mitin proselitista digno de ese nombre del exgobernador de Zacatecas. Ayer tuvo otro en su tierra.
La ruta de Monreal aún no apunta claramente a la ruptura, pero los pasos que el zacatecano dé podrían revelar la profundidad del disenso del líder del Senado con respecto a AMLO, a quien ha acompañado, en las buenas y en las malas, en el último cuarto de siglo.
Agosto marca la siguiente parada de la ruta monrealista. La renovación de la mesa directiva del Senado podría enviar una señal clara sobre la estrategia del todavía hombre fuerte de la Cámara alta.
Dos candidatos se disputan la mesa directiva senatorial. El petista José Narro, identificado con la ortodoxia (es un decir) lopezobradorista, y el morenista Alejandro Armenta, identificado con Monreal pero que aspira al puesto, además, para ganar visibilidad rumbo a la nominación de 2024 en Puebla, pugna en la que, sin embargo, ya es protagonista de escándalos y reyertas intestinas del morenismo.
Los momios indican que Narro ha hecho los amarres necesarios para quedarse con clara mayoría de la bancada oficial. Así que Armenta tendría que elegir entre dar una sorpresa mayúscula o encajar una dura derrota que minaría sus aspiraciones poblanas.
Salvo que en los últimos días se ha venido consolidando otra posibilidad, una que significaría una disputa de poder de otro nivel, y un punto de no retorno entre Monreal y AMLO.
Según diversas fuentes, Monreal mismo se podría lanzar a la conquista de la mesa directiva. Para presidir el Senado tendría que conseguir todos los votos de la oposición y hacer buena la especie de que de tiempo atrás lo respalda –incondicionalmente– una docena de senadores que hoy militan en Morena.
Sería un movimiento vistoso, pero no exento de riesgos. Es un desplante, pues en las mayorías morenistas en el Legislativo consideran que la presidencia de la Cámara es del Presidente, y de nadie más.
Si en algún momento del sexenio se ha requerido de una voz con capacidad de interlocución con diversos sectores, que no pueda ser descalificada por AMLO por su origen, ese momento es ahora.
Y Monreal, que no ha visto a solas al Presidente en prácticamente año y medio, sabe que al atestiguar los arrebatos de la mañanera, la opinión pública se pregunta quién es el personaje en capacidad de devolver el nivel de adultos a la conversación política.
Algo de eso deben andar pensando en el PRD y en el PRI, donde los liderazgos expresaron días atrás que no verían con malos ojos a Monreal como un candidato para la silla presidencial.
La mesa directiva implica la representación a nivel de los tres poderes de la Unión. Si Monreal se lanza en esa ruta, donde, de triunfar, le tocará representar durante un año a nivel de Estado al Legislativo, y por tanto encontrarse en ceremonias con el jefe del Ejecutivo, habrá enviado el mensaje de que esta República no es de una sola persona.
Qué Layda ni qué Layda, para las jugadas que se aproximan en este ajedrez, que puede acabar con persecución o coronación, sí hay que ir por palomitas.