En 2004, el suspirante a la silla presidencial Felipe Calderón iba muy atrás de los punteros de la sucesión. En las encuestas de entonces el michoacano no pintaba ni dos dígitos. Dieciocho años después, Adán Augusto López Hernández está más o menos igual. Y el tabasqueño parece decidido a subir en las preferencias electorales dando descontones a la oposición y acosando a quien el movimiento lopezobradorista ve como su antítesis: a quien acusan de quitarles la Presidencia en 2006.
Adelantada ya no es un término que defina a la sucesión. Está desbocada. Por eso la semana pasada una simpatizante empoderada de Claudia Sheinbaum la emprendió contra Ricardo Monreal. El apetito de poder no repara en daños colaterales ni en otro tipo de riesgos. Así lo vimos en el episodio mediático de Layda Sansores, basado en mensajes que serían producto de espionaje; así lo vemos con Adán Augusto López y su desaforamiento.
Lo que suele ser un trámite cuando hay una reforma constitucional, el recorrido de ésta en los Congresos estatales para ser ratificada por la mayoría, se convirtió en la plataforma para que el secretario de Gobernación y las Fuerzas Armadas solidifiquen su simpatía mutua.
Durante semanas los militares han trasladado al tabasqueño a los estados para promover una aprobación que estaba garantizada, pero de la que Adán Augusto pretende sacar raja política.
Con esa gira, el encargado de Bucareli tuvo como objetivo inicial el galvanizar socialmente la alianza de López Obrador con el Ejército, a partir de justificar que éste es no sólo la institución confiable para la seguridad sino una identificada con el pueblo, y por tanto con el oficialismo.
En tiempos de tapadismo, López Hernández entendió claramente que podría aprovechar esta gira para que el lopezobradorismo siga copando el espacio mediático con el maniqueísmo propio de la casa: más que de las virtudes de la seguridad militar que gusta a AMLO, había que hablar de los defectos de quienes han mostrado disidencia frente al empoderamiento de las Fuerzas Armadas.
De esa forma se cumplía el segundo objetivo: la gira que debía ser institucional, devino en acto propagandístico del titular de Bucareli a favor del Presidente y en contra de la oposición a éste. Con el agregado de que el emprenderla contra gobiernos de otro color garantiza para Adán Augusto un protagonismo publicitario en los medios y las redes sociales.
Ya montado en ese tren mediático, López Hernández ha entendido que podría capitalizar aún más la visibilidad del momento. Así que Adán Augusto eligió como objetivo a Calderón, del que ha dicho que es un perseguido por la justicia internacional, cosa que no se sostiene en los hechos.
López Hernández calcula que la figura de Calderón le alcanza para ganar simpatías dentro del morenismo, feligresía en cuyas preferencias le urge subir para disputar el 1-2-3 con Sheinbaum y Marcelo Ebrard.
Calderón, de carácter rijoso y valentón, pudo escalar en 2004 en las encuestas en parte por decir que él sí le ganaba a AMLO, que entonces parecía imbatible; el michoacano desplazó de la candidatura panista a un apocado Santiago Creel.
Adán Augusto sabe eso, y desde el despacho más poderoso y con más responsabilidades salvo Palacio, quiere –de una forma rara– emularlo cobrándole de paso el 2006.
Quiere eso, una venganza a destiempo, y quiere también otra cosa: dejar en claro que el modelo de gobierno de ahora en adelante, si gana cualquiera de Morena y sobre todo él, será de corte duro. Una gestión centralista que ve la pluralidad y el disenso como defectos a erradicar.