La Feria

Ciro: el aviso para él, y para todos

Para conjurar que se repita algo similar a lo que le ocurrió a Ciro Gómez Leyva, en la persona de cualquier colega, se requiere una justicia pronta, verdadera y contundente.

Un atentado como el que padeció el jueves pasado Ciro Gómez Leyva envía un mensaje puntual a toda la prensa y a otros sectores que participan en el debate público mexicano: esto mismo les puede pasar.

Hasta la tarde de este lunes, las autoridades no han informado mayor cosa en torno a las pesquisas sobre el caso del periodista de Fórmula e Imagen; no deben apresurarse artificialmente, pero deben ser conscientes de que mientras más tarden –y ya no digamos si fallan en sus diligencias–, más se expande la onda de temor, miedo o amedrentamiento que los balazos dirigidos a Gómez Leyva provocan en demasiados.

Por eso se demanda a la autoridad correspondiente emplear los recursos necesarios, y dar la importancia debida en la agenda pública, a tan agravioso atentado: las consecuencias del mismo, en la tranquilidad de Ciro, su familia y equipo, son ya demasiadas; pero si el gobierno descuida el manejo del tema, la perniciosidad del ataque escala socialmente.

En sus espacios Ciro ha actuado con responsabilidad y mesura. Es un periodista que fue víctima, y como periodista ha privilegiado la información de interés público y cerrado la puerta en tan crítico momento a cualquier sensacionalismo. Doble reconocimiento para él. Y además no se ha dejado amilanar: agradeció puntualmente el mensaje de AMLO del viernes, pero ayer criticó, también puntualmente, los nuevos desvaríos (palabra mía) de Palacio Nacional, que ya saca raja política del ataque.

El aviso criminal enviado la noche del jueves por los autores intelectuales y materiales de los disparos en contra del comunicador será pernicioso de muchas formas. Generará estrés y desgaste en periodistas cercanos y no tan cercanos a Gómez Leyva. Los costos psicológicos por la violencia en contra de la prensa no son un tema desconocido para decenas de reporteras y reporteros del país que desde hace años acusan estragos por amenazas directas, veladas, atentados, espionaje, despidos injustificados y acoso desde micrófonos y palacios oficiales.

Será pues un costo añadido para quienes desde Tijuana hasta Yucatán practican esta profesión.

Un periodista cabal no hace jactancia de su valentía porque sabe, si en verdad lo es, que valor es eso que sí tienen –aunque no lo quieran y desde la total desprotección institucional, enfrentando además graves amenazas– las miles y miles de víctimas que a diario buscan a sus parientes sustraídos o que luchan por justicia, pues son sujetas a todo tipo de despojos y ultrajes. Pero desde el jueves todos sabemos que los riesgos de hacer periodismo en México son mayores, no menores.

El ataque en contra de Ciro iguala a la capital con el país donde región por región, estado por estado, colegas han padecido amenazas desde poderes legales y fácticos.

Sin embargo, este asunto va más allá de territorios. Gómez Leyva es dueño de una carrera iniciada en los ochenta y está en uno de sus mejores momentos. Por eso, al concebir ese ataque sus perpetradores sabían que tocarían muchos nervios del periodismo nacional. Es un escalamiento criminal que acaso tiene su antecedente en casos como los de Miroslava Breach, en Chihuahua, y Javier Valdez, en Sinaloa, sin demérito de tantos otros colegas que fueron silenciados violentamente como Margarito Martínez y Lourdes Maldonado, al arranque de este mismo año.

Afortunadamente Ciro está vivo y trabajando. Qué bueno que el atentado falló. Pero para conjurar que se repita algo similar en la persona de cualquier colega se requiere una justicia pronta, verdadera y contundente. De lo contrario, esas balas fallidas habrán sido muy exitosas en incubar el embrión del miedo.

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