La Feria

Y me pongo de pie

Al no ponerse de pie para recibir a López Obrador en el presídium del Teatro de la República, Norma Piña se hizo notar frente a un Ejecutivo cáustico que le cobrará su protagonismo.

¿Cuánto vale un gesto? Depende de qué tanto transforme el ámbito en que ocurre.

La ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, se quedó sentada cuando el titular del Poder Ejecutivo hizo su aparición en el presídium del Teatro de la República, donde los representantes de ésta se dieron cita el domingo para celebrar el aniversario 106 de la Constitución.

Fue cosa de medio minuto en que la ministra Piña estuvo en su asiento mientras gobernadores, gabinete y representantes de las dos cámaras del Congreso aplaudían, de pie, a Andrés Manuel López Obrador.

Cuando instantes después la ceremonia comenzó formalmente con honores al Presidente, la titular del Poder Judicial se incorporó a los mismos sin aspaviento alguno. Pero el gesto de la presidenta de la Corte ya había marcado el aniversario constitucional.

Mas para que un gesto siente precedente, para que no se quede en ocurrencia y troque a símbolo trascendente, ha de probarse que significó un antes y un después.

Conviene revisar cómo ocurrieron los hechos previos al gesto de la ministra: ella recibió una fría salutación del presidente de la República cuando se encontraron afuera del histórico teatro queretano.

AMLO es un maestro de los símbolos, y él dejó en claro que saludaba, brazo estirado y apenas sin hablar, a los titulares de otros poderes –Piña y el diputado panista Santiago Creel– porque no le quedaba de otra, y de inmediato se adelantó, sin incorporarlos, a entrar al recinto.

Si la ministra había decidido de tiempo atrás quedarse en su asiento a la llegada del Ejecutivo al presídium como una muestra de republicana independencia, o si se le ocurrió al ver que en su primer encuentro público AMLO le repitió, en el pórtico del teatro mismo, la frialdad que le ha dispensado desde que fue electa, ella lo revelará algún día.

Tampoco sabemos si prefirió su asiento a ponerse de pie en protesta porque la silla de la Corte fue cambiada a un lugar no central. Lo que no fue casual fue su discurso: líneas en defensa de jueces y magistrados; reivindicación de independencia; mensaje para quien quiera oír que los tiempos de la obsequiosa pleitesía zaldivariana acabaron.

Y desde el arranque de su intervención la ministra tuvo más consideraciones con sus compañeras y compañeros de la Corte, y con los miembros de la Judicatura. Al presídium le dio un saludo genérico.

En correspondencia, mientras a López Obrador le aplaudirían en una docena de ocasiones, a ella sólo se le interrumpió con palmas cuando habló de que por primera vez había una mujer presidenta del Judicial. Hasta ahí la ceremonia del domingo. ¿Qué sigue?

Tan pronto como esta semana la ministra Piña y el presidente López Obrador se encontrarán de nuevo. El 9 de febrero es día de la Marcha de la Lealtad, conmemoración que reúne a los titulares de los poderes de la Unión.

Más allá del morbo que generará ese nuevo encuentro, se puede decir que Norma Piña, elegida hace cinco semanas por sus pares, tomó posesión el domingo frente a la República. Se asentó en su nuevo papel. Y al no ponerse de pie decidió hacerse notar frente a un Ejecutivo cáustico y que le cobrará su protagonismo por fallos, fallas e independencia de jueces.

La familia judicial, como se llaman ellos mismos, ahora tendrá que estar a la altura de lo que hizo su presidenta: el gesto de no ser un resorte que se incorpora apenas ven al Ejecutivo no les hará más fácil el trabajo. Todo lo contrario, pero eso podría suponer una mejor República.

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