Días de proclamas y evasiones. De condecoraciones y de tragar sapos. De una diplomacia de desplantes, pero, más importante, de medias verdades y divisiones. Al régimen le llega la hora de verse en su realidad: con Washington ha tocado hincar rodilla al tiempo que reclama, en lances para una boba galería, muera el bloqueo a La Habana.
El gobierno de López Obrador no encuentra en estas horas más grande adversario que su propia exembajadora en la capital del imperio. Exhibidos por testimonios publicados en Estados Unidos como negociadores que han aceptado en privado la sumisión que han negado en público, Andrés Manuel y su canciller, Marcelo Ebrard, se cobran con quien fue representante de México en aquel país.
Las cosas por su nombre. Desde la transición de 2018, Marcelo Ebrard aceptó en nombre de Andrés Manuel López Obrador convertir a México en patio trasero migratorio estadounidense. Lo ha presumido Trump en mítines, lo han escrito periodistas y recientemente en sus memorias Mike Pompeo, exjefe del Departamento de Estado.
Ebrard ha negado reiteradamente lo que se ha reseñado demasiado: que México aceptó no sólo convertirse en un muro en dos fronteras para impedir el paso de migrantes a suelo de Estados Unidos, sino ceder una franja fronteriza para que sea usada por dos gobiernos de Washington como corredor donde depositan a personas que merecen mejor trato.
Tan controvertidos hechos estaban más o menos descontados por la opinión pública mexicana como el mal arreglo posible frente a un vecino desproporcionalmente poderoso; como algo que genera problema en ciudades fronterizas, pero a casi nadie importa en todo el país.
Pero que sea una realidad no quiere decir que el régimen esté listo para aceptar que le pongan el espejo, ¿cómo van a tolerar que le digan que el rey de encendidas arengas patrióticas va desnudo cuando de lidiar con Washington se trata?
Por eso ayer en Palacio Nacional pusieron en la pira mediática a Martha Bárcena, diplomática y ahora, según sabemos, sólo una ciudadana. Porque en los días en que el régimen venía de su cubana fiesta campechana, o viceversa, sale la exembajadora a aguarles su pretendida fiesta de supuesta dignidad latinoamericanista.
López Obrador quiere que se hable de cuán dignos somos porque, en gesto soberano, le damos la máxima presea mexicana para un extranjero a un encarcelador de periodistas y artistas, a un cancelador de activistas. Toma eso, Washington, in your face.
Puro toreo para la gradería. AMLO empata con Luis Videgaray: ayer el Águila Azteca fue para el yerno de Trump, hoy para Díaz-Canel. Que no se diga que los de hoy no tienen con quién degradar las preseas.
Impuesta la medalla, vengan los discursos: seremos cabeza de un bloque por la dignidad de Cuba, que otras naciones vean nuestro liderazgo. Ajúa. Mientras que en la Casa Blanca el fin de semana, si acaso se mencionó para algo a México habrá sido sobre si se habían comprado suficientes aguacates para el guacamole del Super Bowl.
Cuba es un gran pretexto. Para provocar a la gente que con justa razón reclama que una genuina izquierda nunca secundaría a La Habana, y tampoco a Managua.
AMLO queriendo ser noticia no por dar asilo a los perseguidos del brutal Ortega, sino por la trasnochada trova de la manipulada dignidad. AMLO queriendo destacar en el plano internacional con un gesto, poner una medalla, que no aporta lustre a nuestro país, y no engaña a nadie en la isla. AMLO en la diplomacia como aquellos ratoncitos verdes en el futbol: cuando mucho cabecita regional que nunca realmente brillará en el plano mundial.