La Feria

El ocaso de Monreal

Ricardo Monreal aceptó someterse a López Obrador y éste ya le tumbó nombramientos, ya le marcó su margen, ya le devaluó su figura.

A Ricardo Monreal se le está acabando la magia. El veto del presidente Andrés Manuel López Obrador a los dos nuevos comisionados del INAI es el último de los descalabros del senador.

Con el veto de Palacio Nacional fueron reivindicados senadores como el morenista César Cravioto, pues hasta dentro de las propias filas del oficialismo se había cuestionado el nombramiento de una dupla donde Monreal había impuesto a un cuadro suyo –Rafael Luna, su jurídico en la Cuauhtémoc–, que encima había tenido malas calificaciones en el proceso de selección.

Independientemente de si lo que el Presidente en realidad busca es dejar inoperante al INAI, órgano que ya dijo que le gustaría que desapareciera pero a él ya no le da el tiempo para emprender esa batalla legal, el golpe de la decisión del tabasqueño estalla en el escritorio de Monreal.

Hace meses Monreal fue subido por fin a la categoría de corcholata. En un principio se pensó que así se ponía fin a la tensión entre el senador y Palacio, de donde fue desterrado muchos meses atrás, cuando perdió la confianza del Presidente y, por ende, las invitaciones a desayunos donde negociaban tanto agenda legislativa como política.

Pero el concederle la categoría de precandidato no se ha traducido en una normalidad entre él y AMLO. Está sin estar. Mientras Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López aparecen en diversos eventos y temas con el mandatario, el legislador ni siquiera estuvo en la marcha del tabasqueño del 27 noviembre. Y viene otra marcha.

En ese lapso, sin embargo, Monreal sí tuvo un acercamiento con la jefa de Gobierno, a quien vio hace cuatro semanas. Fue notorio que él fue el que acudió al despacho de ella, lo cual se debe leer como una aceptación de la realidad donde Sheinbaum es la puntera en la carrera sucesoria, y el zacatecano un jugador cuyos momios están muy bajos.

De esa fecha son las versiones de que Morena habría logrado conjurar riesgos de ruptura al ofrecer a Monreal que eventualmente compita por la jefatura de Gobierno, esa candidatura que Claudia le arrebató hace seis años y que tan mala relación dejó entre ambos.

Está claro que Claudia y Ricardo limaron asperezas, pero sigue en duda si el jefe del Senado ha hecho lo necesario para que la militancia le perdone su herejía, esa que, por ejemplo, le habría costado a Morena en la capital algunas alcaldías y diputaciones. En ese rubro, el senador tendría que confirmar su distancia de la alcaldesa Sandra Cuevas.

En este tiempo Monreal ha optado por otra estrategia que en nada le ayudará a ganarse el favor de los morenistas, y que ya no le da ningún rédito con la oposición. En cualquier tema opta por aparecer como moderado, como dialogante, como menos radical que su jefe político, como negociador e, incluso, como alguien preocupado con la polarización.

Ese tono y esa postura fue algo interesante el año pasado. Era válvula de escape, era un táctico para no perder espacio para negociar, y era, por supuesto, un discurso agradecible porque se le veía como alguien que podría ser, dentro del oficialismo, diferente o incluso valiente, pues remaba a contracorriente.

Al aceptar ser corcholata, y tras dejar colgados a los senadores de la oposición en votaciones cruciales como la del plan B electoral o de la presidencia del Senado en agosto pasado, ya lo que diga u opere Monreal vale poco. Porque aceptó someterse a AMLO, y éste ya le tumbó nombramientos, ya le marcó su margen, ya le devaluó su figura.

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