Desde Palacio Nacional hasta la barriada más modesta funcionarios del gobierno repetirán el mismo estribillo de aquí a la elección del año entrante: si quieres que sigan los apoyos, ya sabes por quién votar.
Esa estrategia, tan descarada como ilegal, cementará a un considerable grupo de votantes.
Sobre ese gran piso de millones de votantes Morena construirá una estrategia para continuar en la Presidencia, crecer su presencia en las cámaras federales y mantener, o incluso aumentar, el número de gubernaturas que tiene hoy.
Además de meter a los funcionarios públicos a hacer campaña, instrumentos de esa estrategia son los medios de comunicación del Estado puestos al servicio del movimiento y –llamémosle de alguna manera– los antidemocráticos medios disuasivos (la persecución política y/o judicial).
Tan poderoso aparato tiene dos retos cruciales: elegir a los mejores candidatos, y que los derrotados de tal selección demuestren disciplina y compromiso.
No es lo mismo 2018 que 2024. En la elección presidencial anterior el objetivo era uno solo –que de ninguna forma le repitieran a AMLO 2006–, así que todos en Morena jalaron hacia el mismo lado, sabedores de que al ganar muchos acabarían en puestos de elección popular o en el gobierno.
En la próxima elección los lugares en la listas de las candidaturas serán insuficientes para tanto aspirante y, por lo mismo –con o sin méritos–, los lopezobradoristas pelearán para no quedarse fuera del nuevo reparto.
Unos querrán (o necesitarán) fuero, otros creerán que se las deben, habrá quien diga que ya le toca y quien no desee soltar lo que ya tiene ahora que hay reelección.
Esta disputa será un novedoso componente en un joven partido que, de repetir en la Presidencia, estrenará también líder o lideresa, al menos formalmente.
Por supuesto, los primeros que querrán algo, para ellos y para los suyos, al no ganar el premio mayor, serán las corcholatas perdedoras. Y de ahí, para abajo: legisladores, gobernantes y hasta funcionarios del gabinete.
Todo ello sin mencionar a funcionarios del partido y militantes que llevan tiempo esperando su oportunidad.
Por si fuera poco, las rebanadas del eventual pastel se tendrán que repartir con los cómplices del llamado Partido Verde y el del Trabajo.
Porque ellos creen eso que otros repiten: que con un Presidente así de popular no hay de otra más que el triunfo; y por tanto, se desatará la ambición para no quedarse fuera de las listas nacionales o, ya de perdida locales, de las candidaturas.
Bien mirado algo así les pasó ya en 2021, al menos en la zona metropolitana de CDMX y Edomex.
Creían que el triunfo era lógico y la derrota impensable (popularidad de AMLO + programas sociales + servidores del padrón + mañanera electorera = ya ganamos), mas resultó que malos candidatos, cero operación cicatriz y desgaste de malos gobiernos les costó la mayoría en San Lázaro y en la CDMX.
Y si bien Coahuila, de confirmarse el escenario donde Morena pierde ese estado, podría servirle a López Obrador para ejemplificar que la división es letal, la verdad es que nadie experimenta en cabeza ajena. Y sobrarán morenistas que crean, como Ricardo Mejía, que se las deben y que si no se las dan, buscarán quien quiera sus canicas.
Eso pone en riesgo no sé si toda, pero sí más de una elección. Y el triunfo grande es la suma de todos los triunfos pequeños. De abajo para arriba, sobre todo porque esta vez AMLO no arrastrará a los demás candidatos. Aunque lo intentará desde la mañanera, de eso no tengan dudas.