En 2018 Andrés Manuel López Obrador pecó de precavido al forjar las más diversas alianzas. Dio candidaturas a algunos preclaros panistas, por ejemplo, pero también remolcó a fuerzas (es un decir) como el Partido Encuentro Social. Para el año que entra la cosa podría ser muy distinta.
Desde aquella elección, Morena ha probado ser un movimiento suficientemente dúctil. La ampliación del plazo de la actual dirigencia y lo poco que pesan los inconformes con esa extensión denota la funcionalidad del modelo centralista ejercido por López Obrador.
El Presidente favorece mecanismos como la encuesta y la tómbola a la hora de la repartición de candidaturas; al procesar así la selección de candidatos, el Movimiento Regeneración Nacional resta legitimidad a los reclamos de quienes eventualmente se inconformen.
Pero otra manera de hacer que los eventuales descontentos no prosperen y menos amenacen las posibilidades morenistas de obtener municipios, distritos, gubernaturas y hasta la presidencia de la República sería cerrar los frentes internos, es decir, las posibilidades de una rebelión vía PT o PVEM.
El caso del coahuilense Ricardo Mejía se convertirá en ejemplo interno de que no es viable desafiar al Presidente, de que no se le puede ganar desde la rebeldía, de que es un mal negocio llevarle las contras.
Mas está en AMLO llevar al extremo lo sucedido en Coahuila: podría convertir a Morena en el único vehículo de aquellas candidaturas que le interesan.
El Partido del Trabajo ha requerido en el pasado oxígeno para no desaparecer. Los priistas de tiempos de Peña Nieto le dieron en su momento una ayudada. Algo habrá sacado a cambio el tricolor de entonces, pero hoy ¿a Morena en qué le ayuda compartir las candidaturas de 2024 con el PT?
Un líder tan centralista y pragmático como AMLO podría decidir que ha llegado el tiempo de dejar de negociar con los del Trabajo y con los verdes la toma de decisiones.
Probada la fuerza del Presidente como baluarte de cada elección, Morena puede abrir una sola lista de candidatos del oficialismo, y a quien le guste bueno, y a quien no le pasarán por encima como a los otros partidos. Habrá excepciones regionales que confirmen la regla, pero serían pocos.
Chiapas, por ejemplo, con su renovación de gubernatura no tiene por qué ser un tema de división entre Morena y el PVEM. Lo mismo con respecto a las candidaturas de distritos federales y municipios en Quintana Roo.
Esas dos entidades, vistas como feudos del llamado Partido Verde, podrían ser ya territorio exclusivo de los morenistas.
El Presidente no tiene ningún incentivo para dejar que los mercaderes del partido del tucán crean que ganaron por sí mismos San Luis Potosí y que ese estado será un nuevo activo de su marca.
Si el experredista potosino que ahí cobra como gobernador ganó en 2021 fue porque así lo pactaron con el movimiento lopezobradorista, fue porque ese acuerdo fue lo que más convenía en ese año. Pero en 2024 ¿por qué AMLO querría ceder ahí alcaldías y diputaciones locales y federales a los verdes?
Morena no ha llegado ni a tres lustros de vida. La verticalidad con reglas de su vida interna es la marca de la casa. Se premia a los que tienen territorio y apoyos (o a quienes tengan arrastre en encuestas), de ahí que esos sean los requisitos para ir a la rifa de candidaturas.
Morena no escatimó en alianzas en 2018. Ahora podría decidir ser el único aglutinador de lopezobradoristas. Hora de tirar cascajo. Y si con ello desaparece el PVEM, le haría un servicio al país.