Tras cada elección ocurre un particular ajuste de cuentas. Por más que los encuestadores nos han advertido que así no funciona, que las encuestas no son predicciones de lo que ocurrirá en una votación, tras los comicios revisamos a cuál de ellas le fue bien “pronosticando”, y a cuál mal.
Esa comparación es fácil, e incontestable, porque tenemos los datos oficiales de los comicios, que sin margen de error nos dicen cuánto sacó la candidatura A, la B y en su caso la C, D, etcétera. Y con eso a mano recuperamos la última encuesta de equis o ye casa encuestadora y vemos su acierto o error.
Tan se ha vuelto un ejercicio normal que El Financiero y Reforma, por mencionar dos diarios que hacen sus propias encuestas, publicaron un comparativo sobre cómo le fue a sus ejercicios demoscópicos, y a los de otras empresas, luego de la elección en Estado de México y Coahuila.
Así que si un candidato farolea con que según sus encuestas va arriba, u otro dice que va a ganar y cita a la empresa OtraEncuestaPatitoPuntoMX, pues llega el día fatal en que esos “sondeos” se confirman, o estrellan, en la realidad.
Pero qué hacemos frente al problema que se avecina: en la campaña que no es campaña iniciada el lunes, los precandidatos que no son precandidatos (o sus equipos) ya empezaron a decir que la encuesta alfa o la beta muestra una ventaja de tantos puntos para determinada corcholatura.
Por ejemplo, ayer un diario publicó estos datos: “¿Quién considera usted que será el/la candidato (sic) de Morena a la Presidencia de la República en 2024?”. Las respuestas fueron: Claudia Sheinbaum 33.7 por ciento, Adán Augusto López 29.2 por ciento, Marcelo Ebrard 23.9 por ciento, Ricardo Monreal 6.1 por ciento y No sabe 7.1 por ciento.
¿Ustedes creen que el exsecretario de Gobernación ya está arriba del exsecretario de Relaciones Exteriores? ¿No? Pues peor para ustedes, porque así como esa encuesta hay otras, sí, en plural, difundidas ayer mismo donde Marcelo va arriba de Claudia. Y apenas llevamos dos días de este circo.
En procesos electorales convencionales la realización de encuestas está regulada. Mas en este limbo –porque lo que hacen las corcholatas será precampaña ilegal, pero también es real–, a quién acudir si se usan “encuestas” para manipular a la opinión pública. A nadie, ni a Morena.
Con el agravante de que en este proceso no habrá un cómputo oficial surgido de las urnas: a finales de agosto no podremos decir que las y los votantes han hablado, que tras el conteo el 6S ungirán a tal persona. En vez de eso, tendremos... otra encuesta. Otras encuestas, de hecho.
Las corcholatas morenistas que difundan encuestas sin ton ni son estarán ensuciando un ya de por sí enredado proceso sucesorio que nació de la desconfianza. Están dinamitando el piso parejo y alimentan suspicacias que pueden convertirse en grave discordia.
En 2017 Ricardo Monreal desconoció la encuesta mediante la que se eligió a Claudia Sheinbaum como candidata a la CDMX. Y si bien el disenso del zacatecano, que amenazó con la ruptura, fue aplacado por AMLO, éste sabe que la izquierda es famosa porque sus elecciones internas salen mal.
Hay varias dudas metodológicas sobre cómo será la encuesta, con las respectivas encuestas espejo, con la que Morena sondeará a los y las mexicanas para saber quién será el candidato a suceder a Andrés Manuel López Obrador.
El reto de credibilidad de esa encuesta crecerá exponencialmente si las corcholatas se afanan en ensuciar el debate con dudosas encuestas. Y los principales afectados de esa manipulación terminarán siendo ellos mismos.