El que da y quita entregará varios bastones de mando la semana que entra, y no uno como se ha dicho en las últimas jornadas.
Andrés Manuel López Obrador no trasladará a una sola persona la fuerza de su movimiento. No podría, no sería lo más conveniente si hablamos de lograr los amarres para que la sucesión sea tersa, sin rupturas y que no cascabelee a las primeras de cambio en la campaña.
AMLO tendrá en una semana una cita con su biografía política. La ceremonia en la que unja, tras aplicarse la encuesta, por supuesto, a la persona que competirá para sucederlo tendrá que ocurrir en el marco de un exitoso acuerdo con los perdedores de esa interna morenista.
La convocatoria que estableció a priori premios de consolación –al segundo lugar correspondería ir a la Cámara de Senadores, al tercero a la de Diputados, y al cuarto al gabinete– se ajustaría para mitigar reclamos, premiar expectativas o resanar agravios tras una compleja preprecampaña.
Falta la prueba de fuego para que López Obrador pueda darse por satisfecho de que el proceso no tuvo sacudidas mayores (así lo cree a pesar de las denuncias de Marcelo Ebrard sobre una inequidad que nunca se corrigió, y de los gastos inexplicados de Adán Augusto López en espectaculares).
Falta el reacomodo de los perdedores; y Andrés Manuel se abocará a ello, no lo dejará al tiempo o a la persona que vaya a recibir el bastón de mando. Él mismo asumirá la tarea de repartir otros encargos a fin de que nadie quede sin su propia parcela de poder, sin un bastón propio.
Adán Augusto, por ejemplo, podría acabar con la inmediata responsabilidad de coordinar al partido, de tomar en su mano la conducción de Morena. Ello no cancela que luego sea quien pudiera liderear la bancada morenista en San Lázaro, lugar de negociaciones y amarres, pero eso sería en un año.
Más difícil de prever es el tipo de encargo que recibiría Ebrard. El excanciller no se da por muerto en la encuesta a pesar de tantas que le marcan bastante detrás de Claudia Sheinbaum.
Por la sostenida y pública queja de Marcelo por la cargada a favor de la exjefa de Gobierno, él constituye la gran duda sobre cómo tendría que ser el bastón que le ofrecerían, y aceptaría, sin sentirse humillado o en riesgo.
Claudia, por supuesto, está perfilada hasta hoy a ser quien reciba el bastón de mando principal.
Si AMLO tiene éxito al entregar sin fisuras a Marcelo, Adán, Gerardo Fernández Noroña, Ricardo Monreal y Manuel Velasco sus respectivos bastones (encargos, premios, recompensas, puestos y/o candidaturas para ellos y los suyos), habrá dado un gran paso para institucionalizar Morena.
Y así podría iniciar de inmediato la siguiente etapa. Tendría un mes para que quedaran perfilados las y los candidatos a gobernadores. Y en noviembre las listas de senadores, de las que se desprenderían las de los diputados federales, y de ahí la miriada de puestos locales también en juego en el país.
La sucesión entra en una nueva etapa. El riesgo de ruptura no está conjurado pues Ebrard nunca vio atendidas sus denuncias. Pero parecen remotas las posibilidades de que la defección del exjefe de Gobierno se traduzca en una gran crisis para Morena.
A veces pensamos que las sucesiones del PRI eran modelo de control; pero así fuera con costos, al final lograban la unidad. Ese es el reto de AMLO hoy. Entregar no uno, sino varios bastones de mando a fin de fraguar una sucesión que augure mucho futuro.