En el verano hubo, como se sabe, dos procesos de selección de candidatura en sendas coaliciones. Una, dicen muchos, va requetemal. La otra, dicen, va viento en popa. Desde dónde se realizan esos diagnósticos.
La que es vista como que va bien se podría frasear así: el segundo lugar de esa contienda está en franca rebeldía, y quien quedó en cuarto sitio, en media rebeldía: no fue al evento de la candidata en su tierra (Villahermosa, no hay casualidades), y el sexto anda por los rincones.
Por si fuera poco, una designación de la “candidata que va bien” es protestada, un día sí y otro más, por morenistas, oficiales y oficiosos, que rechazan que el abanderado en Ciudad de México en 2024 pueda ser el exjefe de la Policía capitalina.
Quienes protestan ese destape han llenado de tanta suspicacia la biografía personal y el desempeño profesional de Omar García Harfuch, que están a nada de que se comience a cuestionar a la propia Claudia Sheinbaum sobre las razones para que tal personaje sea su cercano.
Salvo que, aun con el perdedor de la interna morenista candidateado como posible de Movimiento Ciudadano, y aun si la decisión del actual INE, donde gravita la sombra de Adán Augusto López, termina por darle a Claudia una salida honrosa para bajar, por cuestión de género, a Omar, aun con esos nada menores asuntos nadie dice hoy que Sheinbaum esté en problemas.
¿Por qué? Porque la campaña que no se puede aún llamar así pero es eso, tiene un hilo conductor donde el ruido mediático no penetra y menos distrae. Ella a lo suyo, a eventos todos de idéntica escenografía pero funcional: suma adhesiones, recibe vítores, proclama unidad, sonríe y no comete errores.
Parece sencillo.
La comprobación de que no lo es corre a cargo de la interna que decretó un “final por aclamación” del que todavía se recuperan. La oposición planchó más rápidamente descontentos –el de la senadora Beatriz Paredes, particularmente–, pero por lo visto sólo fue de forma superficial.
Y tras casi dos meses de concluida la interna, lo que estaba partido sigue sin cuajar. La mezcla ciudadanos más partidos es una incógnita que recién ha iniciado un nuevo capítulo con el nombramiento de la activista Alejandra Latapí como vocera. A saber si ahora sí caminará el esquema.
Y las reparticiones de candidaturas estatales lejos de potenciar (es decir, de hacer más fuerte la idea de que tienen con qué poner en problemas al oficialismo) ha sido un proceso con salidas en falso –caso CDMX– o carentes de mensaje unificado y, por tanto, de tracción mediática.
En ese amasijo es donde Xóchitl Gálvez quiere ser unos días senadora y otros candidata, a ratos coordinadora del Frente tripartidista mas luego parece candidata independiente. Y ante las dudas sobre de qué se trata su campaña sobrevuelan anécdotas y puntadas, recursos que tienen rato que dieron de sí.
La última de esas gracejadas fue la de la silla que cedió al peso de la candidata. Intentó bajar el balón diciendo que va por la silla grande, ¿pero corrieron a alguien de su equipo por el error, básico, de no probar todo todo todo antes de que pongan en un predicamento, mediático o real, a su jefa?
Incidencias en una campaña pueden sobrevenir siempre. Qué se hace con eso revela qué tan en serio se toman lo que está en juego. Se les cayó la candidata, pudo romperse un brazo o una clavícula. Complicar de veras las cosas, por si hiciera falta. Ella rio, pero regalaron a Morena un mar de memes.
Sheinbaum es disciplinada hasta la obsesión. Gálvez tolera que le pongan en riesgo. De una hablan que va bien aunque enfrente rebeldías nada menores, mientras que a la otra ni su equipo la cuida como es debido.