En medio del gran desafío que supondrá la recuperación de Acapulco, desde la política sólo hay algo más complejo que formar parte del gobierno, y eso es ser parte del partido gobernante pero estar fuera de la operación gubernamental, como le ocurre a Claudia Sheinbaum.
Las consecuencias del huracán Otis suponen un reto extra para la campaña presidencial de Morena y su virtual candidata, quien ha de encontrar el espacio exacto entre no opacar la estrategia de Palacio al lidiar con ese reto, y no hacer como que la tragedia guerrerense es secundaria.
Ni pasarse de protagónica o ser vista como oportunista, ni hacer de cuenta que lo ocurrido hace una semana es trivial. Para agregar complejidad: ello en la conciencia de que si la situación se sale de control o no mejora lo que debería en las próximas semanas, se lo pueden cobrar en las urnas a ella.
Sheinbaum es la jefa política in pectore del movimiento; en esa calidad su fuerza ha crecido desde septiembre, pero esta crisis –que ocurre en un estado donde el gobierno, emanado de su partido, digámoslo claramente, no existe– le obliga a pensar en cómo ayuda y en cómo no.
Quizá la respuesta es que le toca desactivar otras crisis, como las eventuales por las candidaturas de Morena en las nueve entidades que renovarán Ejecutivo. Así se entiende el que se haya aplazado el término en que serán dados a conocer los ganadores de las encuestas para definir abanderado.
El 10 de noviembre es la nueva fecha en que el lopezobradorismo anunciará sus perfiles a las nueve gubernaturas que se disputarán en 2024. En tan corto plazo se tendrán que dirimir las pugnas surgidas por la ambición de quienes no se resignan a que la encuesta prime tanto, o al criterio de género.
Porque si prevalece la directiva del Instituto Nacional Electoral de que en cada alianza haya cinco candidatas mujeres y cuatro hombres para las gubernaturas, los morenistas de no pocas entidades crujirán dado que serán desplazados candidatos con peso probado en las encuestas.
Los priistas tenían para situaciones parecidas una fórmula que viene a cuento mencionar. Ante una interna muy cerrada entre dos aspirantes, el ganador estaba obligado a un gran gesto que dejara de manifiesto que, habiéndose impuesto él, era el primero en aceptar que el perdedor ganara algo sustancial.
Mario Delgado dijo semanas atrás que las y los morenistas tendrían que tener presente que hay miles de cargos en juego y que sus aspiraciones podrían ser compensadas incluso si no es en el puesto que originalmente buscaban.
Eso suena bien, pero se antoja difícil de llevar a cabo cuando en estos momentos, al menos en el papel, se supone que Morena tiene las mejores oportunidades para ganar en los comicios del año entrante. Tal posibilidad alimenta el apetito de poder y dificulta las negociaciones.
Sheinbaum tiene el reto de que los acomodos por las candidaturas, iniciando las de los gobiernos estatales, no fracturen la unidad.
Si la paridad de género va en cinco de las nueve entidades su chamba se dificultará exponencialmente porque quizá tenga que sacrificar a Omar García Harfuch en CDMX.
Probablemente una manera de destrabar algunas de esas negociaciones sea una reinterpretación de la citada regla priista: que el que pierda gane, por ejemplo, una senaduría. De esa forma el o la desplazada no tendrá forma de decirse maltratado o que su trabajo y aporte no es reconocido.
A Claudia le toca el partido, las candidaturas y esperar que Acapulco sea bien resuelto por el gobierno federal.