El elefante en la sala del Frente opositor se llama el experimento no cuaja. No reconocen que el tiempo pasa sin resultados. Menos asumen la responsabilidad de que la campaña de Xóchitl Gálvez lleve más de dos meses sin encontrarle la cuadratura al círculo.
Esto va más allá de echar culpas o explicar insuficiencias. Lo hecho, y lo no logrado, salta a la vista. No cuaja. Y si en su mejor coyuntura no supieron acordar, por qué creer que en medio de la crisis, casi pánica, esos que desperdiciaron el momentum tendrán la cabeza fría para forjar un acierto.
Con energía, Gálvez intenta revivir la campaña. Los partidos del Frente, en cambio, le echan ganas a candidaturas locales y legislativas. Ella y ellos viven procesos paralelos, con objetivos muy distintos. Es incorrecto decir que están unidos por un irrefrenable deseo de triunfo para detener a Morena.
No los une nada. O muy poco. Son una pareja de ocasión. Ayuntados circunstancialmente. Pudo ser otra cosa, una gran coalición, el surgimiento de una cosa nueva, una plataforma donde cupieran y aportaran todos esos que se dicen preocupados por la marcha de los años: fuerza liberal vs. populismo.
Lo que son es más o menos esto:
Ella: una empresaria con conciencia política que aceptó un reto descomunal que requería algo que no había hecho nunca: convertirse en la jefa máxima de políticos y ciudadanos; ellos: los partidos de siempre haciendo lo de siempre colgados de una candidata carismática, inexperta y rejega.
Así no jala una campaña presidencial (así fuera AMLO el abanderado).
Si quien encabeza la búsqueda del poder no es indiscutible líder de todos, para todo, y en total capacidad de disposición de recursos, incluida la administración de ambiciones en alcaldías, estados y Congreso, ni qué decir en dirigencias partidistas, entonces es nada. Un instrumento, un Pepe Meade.
Ver a la oposición es asistir, no sé si sin remedio, a una crónica de desencuentros, al relato de las disculpas por las improvisaciones; escuchamos un rosario de desmentidos y correcciones sobre la marcha mientras sin brillar consumen tiempo, recursos y esperanzas.
Sin ánimo de disculpar a nadie –que cada quien rinda cuentas en el momento que ello sea pertinente–, Xóchitl no es el problema, y tampoco –está visto– fue la solución. La triada de partidos no está lista para esta conversación, y menos para tener una jefa, como en la coalición antagonista.
Gálvez no se ha podido hacer del mando porque los partidos querían una marca, un rostro que les representara, un personaje para la mercadotecnia, no una CEO, menos una líder o mandamás. Hicieron un casting y encontraron una muy buena prospecta. Ella no leyó las letras chiquitas antes de firmar.
El Frente es una cosa hechiza. PAN, PRI y PRD, que juntos lograron puntuales derrotas del oficialismo, no caminaron hacia la fusión para crear un movimiento capaz de detener, sistemáticamente, al otro movimiento. Y no ceden el timón ni en lo que será una crucial elección.
Reunidos, tres pastores dijeron: nuestras parcelas se achican, cada día desprecian más nuestro hato, aunque con las borregas que tenemos comeríamos años hasta hartarnos. ¿Cambiamos? ¿Sacrificamos a las correosas de carne y mañosas por hábito? Nunca. Sólo rebrandeemos.
Contrataron entonces a una pastora entusiasta y dedicada. Hoy, dueños del ganado y no pocos ciudadanos claman “¡conmueve!”, “¡convence!”, “¡danos resultados!”, pero no decidas. Ella ni se impuso, ni renunció.
La moraleja estará a la vista en 2024: a ella la correrán en junio, y ellos –aunque no cuaje– de lo ganado comerán mínimo otros seis años.