Entre otras formas, las cualidades de un gobernante se miden por la capacidad que tiene para decidir no hacer cosas. Por sus renuncias a llevar al extremo las posibilidades que le da el cargo, por un empeño manifiesto a limitarse, y a limitar a su entorno familiar y personal, de tentaciones.
Hace tiempo hubo un gobernador cuyo mandato terminó anticipadamente por una crisis de gobernabilidad luego de una tragedia.
Guillermo Cosío Vidaurri fue removido del cargo por las explosiones del sector Reforma de Guadalajara, pero también porque vivía el descrédito. Entre otras cosas, habían surgido los papayos: ante nuevos proyectos gubernamentales, se mofaba la gente, se oía a alguien gritar “Papá yo”.
Y en las elecciones donde una familia ha pretendido transexenalizarse (perdón el terminajo), la gente suele castigar en las urnas esa ambición.
El foxismo, para mencionar un ejemplo, terminó de colapsar cuando la discusión pública fue distraída por el futureo de Marta Sahagún. La esposa del presidente de la República pasó de vocera a aspirante sucesoria en cosa de un par de años.
Las y los mexicanos, que habían echado al PRI y su clásico nepotismo de Los Pinos, reaccionaron acremente al saberse que Sahagún soñaba en serio con recibir de su esposo la banda presidencial.
Frustrado el intento, el daño sin embargo estaba hecho. No pudo ni quiso Fox anular el apetito de poder en su propia familia. Su descrédito aumentó porque, a final de cuentas, se mostraron tan ambiciosos como los priistas a los que echaron del poder.
El sábado Samuel García acompañó a su esposa Mariana Rodríguez a registrarse como precandidata a la alcaldía de Monterrey por Movimiento Ciudadano. Ésta quiere, supuestamente, suceder a su compadre Luis Donaldo Colosio. El mandatario estatal es el porrista número uno de su compañera.
Sólo por no dejar de decir lo obvio hay que recordar que estamos hablando de la capital de Nuevo León, no de (perdón Luis Estrada) San Pedro de los Saguaros, escenario de La ley de Herodes.
Samuel García está haciendo actos proselitistas. Eso fue lo que vimos el sábado y esa es la oferta de quienes prometen una nueva política.
Por tanto, las dos primeras cosas a las que no ha renunciado García en este momento, con el mandato de gobernador restituido por el Congreso de su estado, es a sacar las manos de procesos electorales y a no favorecer a su familia.
Claro. Él o sus apoyadores dirán que no, que el derecho de Mariana es legítimo e irreprochable, que él estaba en día de asueto y que, a final de cuentas, ambos quieren para los neoleoneses, entre ellos los regios, lo mejor y que qué mejor que trabajar en tándem, desde dos palacios de gobierno.
La realidad es más parecida a un agandalle. Samuel García y Mariana Rodríguez pretenden quedarse con los ocho distritos locales que tiene Monterrey si ella es candidata a la alcaldía. Ganar una posición más, el ayuntamiento, y dominar en el Congreso local.
Hoy Samuel tiene el gobierno pero no tiene poder. Para tratar de revertir esa condición intentará una gubernatura imperial. Su esposa y él como ejes dominantes en 2024 en la entidad más industriosa del país. Es natural cuestionar si luego ella no irá a la gubernatura y él a la aventura presidencial.
El gobernador no soportó la tentación de influir para favorecer a su esposa. El galimatías en que meterán a su estado apenas inicia. Ella tiene derecho de competir, pero él no a ayudarla. El atropello a la democracia neoleonesa es inminente. Todo por no refrenarse.