La elección de 2018 se movió entre el hartazgo y la esperanza. Por corrupción y frivolidad, el sexenio de Enrique Peña Nieto escoró hasta naufragar en la ignominia. La población castigó a los partidos tradicionales al premiar a quien por tercera vez competía por la Presidencia.
Andrés Manuel López Obrador prometió favorecer a los más pobres, separar el poder político del económico, eliminar la corrupción e instalar la austeridad –eficientar el uso de los recursos públicos provocaría necesariamente una mejora de los servicios públicos–.
El tabasqueño ofreció también no erigirse en el poder de poderes, respetar las libertades y resolver los problemas de inseguridad; así como traer justicia para los agraviados en el pasado, se llamaran padres y madres de Ayotzinapa, de desaparecidos o familias de víctimas de la guerra sucia.
Cinco años después el balance del gobierno de AMLO es polémico. Para el propósito de esta entrega, digamos que sus partidarios disculpan insuficiencias, errores, corruptelas y negligencias como saldo colateral por desmontar el régimen prianista. Sus adversarios no le conceden nada.
¿Y la población? Para valorar lo que las y los mexicanos andan pensando a cinco meses de la elección resultan muy oportunas las dos encuestas publicadas por EL FINANCIERO esta semana.
Al finalizar 2023, AMLO es un Presidente de aprobación promedio (salvo EPN, que se distancia de todos sus predecesores modernos). Según esta encuesta levantada en diciembre vía telefónica, 55 por ciento aprueba al Presidente, en esas ha andado, más menos, desde 2022.
Sin embargo, de acuerdo con esa misma medición, el tabasqueño está reprobado en economía, en seguridad pública y en corrupción. Hasta la valoración de las megaobras va a la baja en las mediciones de EL FINANCIERO.
Y a la pregunta de cómo califica la “capacidad para dar resultados” del Presidente, las opiniones de “muy bien o bien” bajaron de 42 por ciento en noviembre a 33 por ciento en diciembre, su peor nivel del año por mucho.
Todos esos números contrastan respecto de lo que EL FINANCIERO publicó al día siguiente. Este jueves se reveló que en las preferencias electorales Claudia Sheinbaum, abanderada del lopezobradorismo, aumentó en dos puntos su considerable ventaja sobre la opositora Xóchitl Gálvez.
La exjefa de Gobierno ya saca 22 puntos de ventaja a la senadora con licencia: 52 a 30, respectivamente. Pero las cifras que vale la pena subrayar de la encuesta de ayer son las que corresponden a la opinión de las candidatas, y las de la percepción de lo competida que estará la elección.
En el primer rubro, tenemos prácticamente un espejo torcido: 50 por ciento tiene opinión favorable de Claudia, mismo porcentaje que la tiene desfavorable de Xóchitl. Y viceversa: 34 por ciento opina desfavorablemente de Sheinbaum mientras 32 por ciento positivamente de Gálvez.
Y si en noviembre 20 por ciento creía que las elecciones las va a ganar Morena con facilidad, en diciembre eso sube a 28 por ciento.
En síntesis. Aunque el Presidente acusa claro desgaste, ha sido exitoso en posicionar a una sucesora que es bien vista. Ésta, por méritos propios y sin duda de la promoción que goza desde el gobierno, ha sabido convertirse en una opción con creciente aceptación. Su contrincante, todo lo contrario.
De seguir así, la sucesión sería típica, muy parecida a lo que hacían mandatarios priistas y hasta panistas: presidente desgastado que triunfa al hacer que uno los suyos sea visto con esperanza.
La diferencia, empero, es que el oficialismo no asume, ni asumirá si gana las elecciones, que hubo fallas que han de ser corregidas, excesos del presente que deban ser matizados, ni corruptelas a castigar y menos aún que el militarismo deba revertirse.