La Feria

Claudia promete más trenes… ilusión y algunas dudas

López Obrador sabe que el retorno de los trenes de pasajeros puede ser utilizado como fetiche, prueba viva, y rugiente, de que él sí hace cosas.

“De los ferrocarriles mexicanos todo está por decirse”, escribió José Emilio Pacheco el 8 de diciembre de 1980. El autor de Inventario estaba en lo correcto. A los pocos años los trenes de pasajeros fueron desapareciendo hasta quedar sólo El Chepe, el de Tequila... Hasta 2018.

“Su influencia en las costumbres, las artes y las letras merece libros enteros”, recordaba el escritor fallecido en 2014.

“Antes de su nacionalización cardenista, nuestras vías férreas fueron una simple extensión de las líneas estadounidenses y sirvieron para llevarse materias primas y traernos a los primeros turistas hace más o menos 100 años. En los carros pullman también llegaron los hot-cakes, los sándwiches y los huevos con tocino”, sigue JEP.

En Los Fabelmans (2022), Steven Spielberg muestra un momento iniciático de quien se supone que es él mismo: al asistir por vez primera al cine queda tan impresionado por una locomotora que irrumpe en la pantalla que en casa intentará repetir, con tren de juguete y cámara de aficionado, la magia.

Como Spielberg, mexicanas y mexicanos de varias generaciones también poseen recuerdos imborrables con ese medio de transporte. Y a nivel nacional, la cosa no es menor. Volvamos a Pacheco.

“La Revolución se hizo en aquellos trenes que preservan las imágenes imborrables de Casasola (…) México libró la guerra civil ferroviaria con voladuras de convoyes y ‘máquinas locas’: auténticos torpedos sobre rieles”.

No por nada AMLO soñó que sobre el Zócalo, cada 20 de noviembre, se enrielaran locomotoras, se prendiera así la nostalgia por el tren, y por los sueños perennemente incumplidos de esa Revolución. Un poco más de afán al cumplirle el deseo al Presidente y se hundiría la Plaza de la Constitución.

“Ante la crisis energética, la agresión de los coches y nuestro cotidiano envenenamiento por la contaminación de todo tipo, en este fin de siglo el ferrocarril puede brotar de sus cenizas”, imaginó el autor de Las batallas del desierto.

El texto de JEP, reunido en Antología (Era, 2017), viene a cuento para exponer algo de lo que ocurrió a finales de 2023. En el último día del año, López Obrador inauguró un segundo tramo del llamado Tren Maya. La obra, en varios sentidos, no está terminada. Pero ilusiona a demasiados.

Andrés Manuel sabe que el retorno de los trenes de pasajeros puede ser utilizado como fetiche, prueba viva, y rugiente, de que él sí hace cosas, de que su gobierno devolverá a México grandeza –entre otras– ferroviaria. Y por el mismo camino se orienta su eventual sucesora Claudia Sheinbaum.

El sábado, en un mitin en la capital, la exjefa de Gobierno prometió que “no vamos a parar de hacer trenes para pasajeros, porque los trenes de pasajeros representan desarrollo”.

Fue una declaración suelta, pero (así es Morena) si se dijo, entonces es razón suficiente para que se haga, incluso si no fuera la mejor de las ideas.

Retomando a Pacheco en eso de que “de los ferrocarriles mexicanos todo está por decirse”, tras la declaración de Sheinbaum hoy hay que preguntar:

¿Esos trenes de pasajeros se harán con rigurosa planeación?, ¿ahora sí se respetará el medio ambiente y leyes conexas?, ¿habrá transparencia?, ¿el Ejército será constructor y/o administrador de esas líneas?, ¿se harán pensando en el país o sólo en el gobierno?…

“A 150 años de su nacimiento, el ferrocarril no ha muerto y en vez de ser nostalgia es esperanza”, concluía el colaborador de Proceso en 1980. Para que casi medio siglo después eso sea una buena profecía mexicana, hay que hacerlos como Dios, y las leyes, mandan.

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