El PRI y el PAN de Marko Cortés llevan años negociando un presente, y eventual futuro, en común. Son el agua y el aceite de ayer y viejos resabios subsisten. Tanto que, por ejemplo, es un misterio cómo votarán panistas y priistas yucatecos, que tras competir siempre entre ellos ahora irán juntos.
Proponer una coalición de irreconciliables implica costos internos y externos. La justificación debería ser que los mueve un bien mayor, y que sólo negocian o ceden cosas presentables. Dicho en contrario, no comprometer lo esencial.
Al sostener que el dominio de Morena es un peligro para la democracia mexicana, los rivales de antaño han pactado alianzas. No es algo tan novedoso: cuando se trataba de sacar al PRI de Los Pinos y de otros espacios, PRD y PAN (otra antinomia) se llegaron a aliar (Hidalgo, Chiapas, v, gr.).
El problema es que, gracias al documento revelado el martes por el panista Marko sobre lo negociado en Coahuila, donde ese frente opositor pudo retener la gubernatura, se rompe toda posibilidad de creer que al coaligarse estos partidos son movidos por un ánimo democrático. Es pura conveniencia.
Encima, implica un intercambio de favores a costa del presupuesto y el organigrama, y prebendas (notarías) de tal calaña que para garantizar el posiblemente ilegal reparto, Marko llega al extremo de pedir que le firmaran lo que recibiría. El PRI, al chamaquearlo, le firmó su carta a Los Reyes.
No se puede caer en la ingenuidad de pensar que lo ocurrido en Coahuila es ave raris. Lo más lógico es que esta golondrina panista moreliana sí haga verano: si eso pidieron en las elecciones estatales norteñas, ¿cuántas plazas, notarías, despachos, ventanillas y candidaturas le firmaron en Toluca?
Al igual que en Coahuila, en la elección del Estado de México de 2023 la candidatura recayó en una persona priista. Y en Durango en 2022, lo mismo. ¿Cuántas cartas más hay como la que, dueño de un cinismo pocas veces visto en una política curada de espantos, Marko dio a conocer antier?
En una democracia real, el tema hoy sería la inevitabilidad de que el PAN cambie de líder nacional, luego de autoexhibirse como un pirata enfadado porque no le han cumplido el reparto del saqueo. En vez de ello, lo más probable es que Cortés sangre el erario los próximos seis años en el Senado.
Los partidos del viejo régimen durante demasiado tiempo trataron de convencer a los mexicanos de que su mejor escenario era pasar de los gobiernos presidencialistas a un modelo de coalición. Todavía en el marco de la candidatura de Xóchitl Gálvez insisten al respecto. Es una oferta irreal.
Ya era bastante dudoso que luego de 2018 estos partidos hubieran ganado la legitimidad suficiente para convencer a los mexicanos de volver al gobierno (las encuestas confirman que la ciudadanía no les ha devuelto la confianza mayoritariamente). Con revelaciones como la del martes, esa desconfianza sólo crecerá.
La publicación del documento de Cortés es un estertor de una organización que perdió la brújula ética. Sobrevive única y nada más que para sus propios apetitos, para la glotonería de sus dirigentes, para aceitar la nómina de militancias a las que se mueve con ofertas de puestos o negocios.
El partido que en CDMX jura que no es justo el estigma de ser considerado cártel inmobiliario, en Coahuila demandaba la secretaría de las obras (donde “más sobra”, según la añeja picaresca corrupta que volvió cultura el PRI) y la de fiscalización, que sirve para ocultar las pistas del latrocinio.
Marko Cortés debe rendir cuentas. Y el PAN exigirlas.