México tendrá a partir de octubre por primera vez una mujer en la Presidencia. Nos tardamos, pero enhorabuena. Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez, Xóchitl Gálvez o Claudia Sheinbaum, portarán en siete meses y medio la banda tricolor. Es una gran noticia.
Mientras las y los mexicanos definen en junio quién de ellas pasará de inmediato a la historia, el ambiente se llena de interrogantes sobre qué tipo de presidencia podría encabezar cada una de ellas. El tema da para gran cantidad de conjeturas, y eso incrementará cuando arranque la campaña.
Sin embargo, hay quien cree que la contienda será aburrida porque esencialmente se tratará de un trámite, que la suerte está echada y que la representante del oficialismo ganará en cualquier escenario, que es imposible su derrota, que no hay duda y, por ende, tampoco emoción.
Al gobierno y a su partido les conviene que esa versión se extienda. Buscan que se instale como verdad para: desmoralizar a la otra contendiente, desanimar a las militancias opositoras, socavar a figuras de los partidos “condenados a perder” y, por supuesto, bajar la participación el día electoral.
Así lo hicieron en el Estado de México, ese que algunos llaman laboratorio de las elecciones presidenciales aunque luego no sea tal: en 2017 perdió Morena ahí y en cambio éste ganó la Presidencia un año después, por ejemplo.
En la elección mexiquense de 2023 la candidata prianista no se pudo quitar la losa que le echaron con adversas encuestas que bastante contrastaron con el resultado; pero el daño estaba hecho.
Alejandra del Moral remó contracorriente de la versión que en medios y redes el oficialismo propaló incesantemente: era “imposible” derrotar a Delfina Gómez (también nadó contracorriente de su gobernador, pero ese es otro tema: o más bien el mismo: es la hora de los oportunistas sin escrúpulos).
Es lógico y hasta entendible que Morena quiera repetir esa estrategia rumbo la elección del 2 junio. La primera cuestión es si en el cuartel opositor sucumben al desánimo o si, por el contrario, tienen arrojo y astucia para descarrilar tan poderosa narrativa.
En la antesala de las campañas presidenciales, a dos semanas del arranque oficial de las mismas, ya vimos una primera jugada de Xóchitl Gálvez a ese respecto.
Se le vea como se le vea, la exjefa delegacional le ganó por bastantes horas la agenda de la visita al papa Francisco I a la exjefa de Gobierno. Irán saliendo los detalles de la operación de sendas entrevistas de las candidatas con el pontífice, pero quien pega primero suele apuntarse una ventaja.
Es sólo un momento, la nota de un día y medio si no salen detalles escabrosos o polémicos sobre esos encuentros, pero es un ejemplo de que la campaña puede animarse con iniciativas de quien está abajo en todas las encuestas.
Eso a salvedad de que, como suele ocurrir, no sea la propia Gálvez la que mate su propia nota con su típico zigzagueo.
El beneficio de que la campaña se llegue a animar –de que entre en un terreno donde se advierta real competencia, y eventualmente incertidumbre sobre el resultado– no es dejar de bostezar o tener algo de qué hablar en la prensa durante tres meses. El show ayuda pero no es lo importante.
Candidatas presionadas harán que éstas se esfuercen más por atender prioritariamente a la ciudadanía en general antes que a sus respectivas militancias.
Dicho de otro modo, Xóchitl forzó la visita de Claudia a El Vaticano. Si logra cosas parecidas en los debates formales y en la campaña, saldrá de cualquiera de ellas dos una mejor presidenta.