Pasada una semana de la visita de las candidatas presidenciales a Francisco en El Vaticano, tenemos más indicios de que Xóchitl Gálvez optó por una deriva confesional que necesariamente la atará a valores de la derecha.
En la antesala del real inicio de la campaña, la senadora con licencia parece haber tomado postura en medio de la capirotada ideológica que resulta de su postulación por tres partidos que de una forma u otra vivieron décadas de decirse contrarios unos de otros.
Y aunque las alianzas entre PAN y PRD llevan rato, al punto de que un paisano de Xóchitl, Miguel Ángel Granados Chapa, habría competido en 1999 por la gubernatura de Hidalgo con ambas siglas, de no ser porque Felipe Calderón se rajó de hacerlo, la realidad es que estamos ante algo inédito.
Es la primera vez en que Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática tendrán el mismo candidato a la Presidencia. Y si bien el tercero en discordia de esa alianza, el PRI, es por definición acomodaticio, tanto que en 2018 fueron cómplices de Morena al taclear al panista Ricardo Anaya, esta será la primera ocasión en que no postulen a la silla del águila a un priista.
Hoy los tres partidos tienen en el rechazo al lopezobradorismo su común denominador. Y por separado cada una de esas organizaciones encuentra sus propios motivos para denunciar al gobierno del tabasqueño.
Como se dice legítimamente de izquierda, el PRD reclama desviaciones programáticas al que fuera dos veces su candidato presidencial; el PAN, por su parte, encarna la versión del “se los dijimos”; mientras priistas disputan a Morena desde la Revolución mexicana y sus figuras hasta el estatismo.
En medio de esas corrientes nada la candidatura de Xóchitl Gálvez, dueña ella misma de una biografía sin apego real a ideología alguna, aunque, eso sí, con un recelo histórico al PRI de tal profundidad que ya vimos lo que le costó asumirse tricolor y cuánto de eso reveló su lapsus contra Alito Moreno.
Quizá por ello el acoplamiento entre partidos y candidata ha sido tan accidentado al punto de que ni hoy se podría decir que está resuelto. Es más seguro señalar que ya lograron un acuerdo tipo matrimonio abierto: estamos juntos pero cada quien anda por su lado, y que sea lo mejor para cada cual.
En esa ruta, tras su visita al Papa dio realce al carácter religioso de su encuentro con Francisco. Genuinamente tocada y llena de emoción por la recepción en El Vaticano, no tuvo empacho en subrayar la fibra espiritual de la audiencia, cosa que expuso y explotó mediáticamente.
En el denodado esfuerzo emprendido por los dos cuarteles para adueñarse del debate posvisita papal, la línea discursiva de Xóchitl fue tan claramente de carácter religioso antes que político que incluso reclamó incongruencia en la visita de Claudia Sheinbaum, quien se ha declarado no creyente.
De esa manera, Xóchitl lanza claramente un mensaje al electorado: yo fui a ver al Papa como líder de lo que creo, y poco más y poco menos ofrezco seguir sus prédicas. Oferta que camina por un delicado límite entre la fe y dar demasiada importancia a quien, no podemos obviarlo, también es jefe de Estado y promotor de una agenda que cancela derechos a las mujeres y a las parejas del mismo sexo.
En un país católico habrá a quien agrade esta conversión de Xóchitl Gálvez; en un país con tradición laica, que ha padecido trágicos episodios cuando política y religión se han entremezclado, habrá quien repele tanto fervor por un cafecito, así sea bendito.