La exconsejera electoral Alejandra Latapí publicó el jueves un mensaje en la red social X balconeando a Marcelo Ebrard Causabon, a quien se encontró ese día en el San Ángel Inn.
“Hay alguien celebrando su séptimo lugar en uno de los restaurantes más ‘conservadores’ de la CDMX. Adivina en cuál restaurante y a quiénes dejó en el camino. #TómbolaTómbola #YaSeVan @m_ebrard”, es el mensaje del 22 de febrero, que incluía foto de MEC de pie atendiendo su teléfono celular.
Es lamentable que una persona que tiene un compromiso con la democracia haya caído en la trampa del presidente de la República.
El mensaje muestra que para la también activista hay restaurantes conservadores y no conservadores. A saber quién define cuál es cuál. Pero aquí el tema no es, por supuesto, un establecimiento tradicional si bien caro. Este es un botón de muestra de algo más profundo, complejo y pernicioso.
Latapí hace campaña a favor de Xóchitl Gálvez. Entonces, por derivada, es opositora a Ebrard. Ese tendría que ser el primer parámetro para calibrar lo lamentable de ese mensaje en la red social X.
Qué bueno sería que en todos los restaurantes, los caros y los no caros, si se encuentran dos personas que creen y militan en causas enfrentadas se dieran civilizadamente la mano, intercambiaran algún punto de vista o chascarrillo, se retrataran juntos, se supieran adversarios mas no enemigos.
Latapí personificó ese día la conducta más rancia de un ambiente envenenado por Andrés Manuel López Obrador pero también por la oposición: hizo suyo eso de “ustedes los de Morena no pertenecen a este lugar, ¿qué hacen aquí?”.
De tiempo acá restaurantes y otros locales tienen que exhibir en su entrada que no se discrimina a nadie. Pues contra lo que dictan esas normas, hay quien pretende que algunos no se sientan bienvenidos en sitios de precios prohibitivos para otros. ¿Nadie por encima de la ley?
Algunos defienden tal public shaming dizque para denunciar la incongruencia del discurso de austeridad de Palacio Nacional y lo que ocurre en la realidad. Me temo que ir al San Ángel Inn no es prueba de que un exfuncionario tuvo que romper el cochinito (y mucho menos Ebrard), y que en cambio sí abona a la imagen que AMLO quiere proyectar de sus opositores: a saber, que pretenden un México donde ellos y sólo ellos se arrogan el derecho de decir quién sí y quién no puede comer donde ellos.
La oposición, y parte de la prensa, luego pierde tiempo en escenas como esa en vez de dedicar toda la energía a denunciar verdaderos agravios a la sociedad. La visita de Ebrard al local de magníficas margaritas no tiene nada qué ver con eso.
Latapí muestra que no ha saltado en definitiva a la política, y menos a la buena política. Quien en su momento fuera nombrada vocera de Xóchitl habría dado una halagüeña señal de que el futuro puede ser distinto a estos seis años si hubiera hecho algo que hoy suena osado: hablar con el contrario.
Felicitar justo ese día a quien llegó a las listas plurinominales del Senado de Morena, tomar la ruta contraria a la polarización, decirle a alguien con ideas aquí a sus órdenes alguien también con ideas para que a México le vaya bien, y ya que va a estar en el Senado, me presento, a sus órdenes y buenas tardes.
¿Cuesta trabajo? Para nada, o mucho. Depende de uno salirse de la trampa de AMLO y en la fonda o en el San Ángel Inn saludar a quien no piensa igual.
Alejandra Latapí responde a Salvador Camarena
Sr. Director
Salvador Camarena ha escrito un interesante artículo criticándome por –en mi calidad de ciudadana libre– opinar sobre lo que considero una incongruencia de Marcelo Ebrard, figura perenne en la actual élite en el poder y flamante aspirante a senador de la República. Tomo de buena fe su opinión, y me permito compartir la mía.
Primero, vale la pena aclarar que yo no pienso, como asegura Salvador, que “hay restaurantes donde unos podemos comer y otros no”. Lo que sí pienso es que, siendo Ebrard un, digamos, obsecuente subordinado del presidente López Obrador, tal vez debería ser más congruente con el discurso de quien asegura vivir con 200 pesos en la cartera y despreciar los lujos terrenales.
Puedo entender que a Salvador exigir congruencia entre lo que dicen y lo que hacen los políticos que buscan el voto le parezca una actividad fútil, pero a mí no. Y ahí radica tal vez mi mayor diferencia con lo que escribió interpretando mi posteo en la red social X.
Pongamos las cosas en contexto y dimensión. En los últimos días, el Presidente de la República, quien además actúa de facto como jefe de la campaña de Claudia Sheinbaum, ha declarado abiertamente que cree estar por encima de la ley, ha revelado que tenía como subordinado a un presidente de la Suprema Corte y ha atacado con virulencia inusitada a la prensa libre. En cosa de una semana, hemos sabido además que la Sedena no sólo espía a opositores, periodistas y ciudadanos, sino también monitorea el contenido político de las redes sociales para defender a AMLO. En cosa de una semana, nos hemos dado cuenta de que la libertad de los que no tenemos poder se va achicando y el abuso de los que sí tienen poder se va agrandando.
En ese contexto, Salvador Camarena decide que una foto y un comentario mordaz en redes sociales de una ciudadana que, si bien apoya libre y voluntariamente a una candidata, no está buscando candidatura alguna, es lo que abona a la polarización. Sus preocupaciones y sugerencias me dejan varias inquietudes: ¿si dejo de criticarlos y los saludo amablemente en los restaurantes, dejarán de ser agresivos y autoritarios?, ¿si ya no exhibimos sus lujos y sus incongruencias, se volverán austeros y honestos (basta ver el Mercedes Benz en el que el hermano del Presidente abandonó el juzgado donde exige a Carlos Loret 200 millones de pesos por “daño moral”)?
¿Funciona así la lucha contra el autoritarismo y la corrupción? Yo tengo mis dudas.
Atentamente
Alejandra Latapí
Exconsejera del INE