En las campañas hay errores más que inoportunos, tropiezos que revelan lo lejos que se está de tener una estrategia afinada al máximo, una concentración absoluta y una conciencia de lo que en cada minuto se juega rumbo a la elección.
Xóchitl Gálvez acaba de cometer un equívoco de esos que revelan que su candidatura no ha alcanzado, a menos de 75 días de los comicios, el nivel de perfección indispensable para revertir las tendencias que le condenan a una derrota.
Sus declaraciones del sábado sobre Tijuana son reveladoras para mal. “Acabo de estar en Tijuana -dijo en el sureste- y me contaron todo lo que está pasando con la gastronomía. Tijuana no es nada bonito como Cancún, eh, la verdad, pero se está volviendo un destino turístico por su gastronomía, por la Ruta del Vino de Mexicali”.
Cómo puedes aspirar a quedarte con la presidencia de la República si de la nada le rayas la carrocería al municipio más poblado de México.
El censo del INEGI de 2020 pone a Tijuana con un millón 922 mil 523 habitantes, 87 mil más que Iztapalapa, 200 mil más que León, Guanajuato.
Es inconcebible un candidato declarando algo que amenace sus posibilidades en Iztapalapa. Lo que hizo Xóchitl con TJ es lo mismito.
Tijuana es muchas cosas. Se entiende que en un mitin el riesgo de equivocarse es enorme, pero la concentración en lo estratégico tiene que ser siempre lo que distinga las acciones y los dichos del político en campaña.
En Tijuana se cocinó la primera victoria en una gubernatura que se le tuvo que reconocer a la oposición. De eso hace ya 35 años.
En esa ciudad fronteriza se vive desde hace décadas el drama, y también alegrías, de los sueños de miles y miles de migrantes, mexicanos y no mexicanos.
Hace días, de paso por esa ciudad a la que ya conocía, una antropóloga se doblaba de indignación ante la ofensa que es el metálico empalizado fronterizo, su ominoso mensaje a gobiernos que han fracasado, su crueldad intrínseca y la humillante amenaza.
Las y los tijuanenses, sin embargo, tienen todo menos tendencia al victimismo. Son bravas y bravos, nobles también, y dominan un lenguaje trinacional: entienden la cultura estadounidense lo mismo que su mexicanidad, y entre ambas el ser fronterizos les marca para bien.
Apena escuchar la declaración de Xóchitl porque de paso uno advierte que no ha tenido la oportunidad, el privilegio, de probar de los mejores tacos de México, para empezar, de ser testigo del empuje, en efecto, de toda la gama de una gran gastronomía.
Su declaración sobre el auge de la comida tijuanense era, según ella misma lo dijo, de oídas. En este caso, su falta de barrio, como se dice coloquialmente, es añeja, pues el boom culinario para todo presupuesto no es, ni ahí ni en el valle de Guadalupe, de ahora.
Y lo mismo con respecto a confundir la ruta del vino: dijo que era en Mexicali; es, por supuesto, en Ensenada, uno de los municipios más interesantes de la República (con perdón de Mexicali, no vaya a ser).
Qué bueno que le entró la gobernadora Marina del Pilar a refutar a Gálvez y a hablar bien de Tijuana y del Valle de Guadalupe, al que bien haría en defender de la voracidad antrera e inmobiliaria, amenazas, junto con el agua y la movilidad, que hermanan la zona del vino con Tijuana; y una crucial agenda que Xóchitl podría reclamar a Morena, en vez de mostrar que el tiempo pasa y no logra afinar su campaña.