El líder de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado, apostó con Joaquín López Dóriga que se retirará si los resultados de MC no son mejores que los de la otra oposición.
No es juicioso esperar que un político cumpla su palabra, pero esa apuesta es consistente con la posición asumida por el veracruzano de que en la presidencial de 2024 los naranjas no harían alianza con PRI, PAN y PRD.
Delgado lanzó incluso una campaña de que con el PRI “ni a la esquina”, y ha desdeñado lo mismo invitaciones que reclamos de quienes formulan que la actual no es una elección más, que “está de por medio la democracia”, y que por tanto MC no debe dividir el voto.
Es decir, el líder naranja ha sido congruente en su idea de que ganan más yendo solos, de que se convertirán en la alternativa frente al desgaste del PRI y el PAN, y de que en el peor escenario podrían ser un partido gozne en el Congreso a partir de septiembre.
Todo lo anterior se ha traducido en que Dante y su partido sean vistos como esquiroles, ya sea porque no les importa dividir a la oposición frente a Morena, ya sea porque hay quien sostiene que tal es el acuerdo que Delgado tiene con su amigo el presidente López Obrador.
Y en esa lógica, la actuación del candidato emecista Jorge Álvarez Máynez en el debate del domingo, donde atacó virulentamente a la opositora Xóchitl Gálvez y no a la oficialista Claudia Sheinbaum, es elevada a nivel de prueba del esquirolaje naranja.
Cabe agregar algo de contexto antes de explorar si el rol que juega Máynez es sinónimo de simulación para favorecer a Morena o de obligada estrategia para quien va en tercer lugar a la hora de lanzar el asalto sobre la opción que va en segundo sitio.
Ese contexto es: al filo del clásico divide y vencerás, Andrés Manuel sí buscó, por años y de forma personal, que Movimiento Ciudadano tuviera un candidato propio, que de ninguna manera se sumara a la alianza y que persistió en eso, con o sin, el auxilio de Dante.
AMLO además tiene con Delgado no sólo ligas históricas, sino que hay versiones de que en este sexenio se habrían mantenido vía Ignacio Ovalle, sí, el del, ¿y en el?, escándalo de los malos manejos de Segalmex.
Sin obviar lo anterior, el domingo Máynez intentó en el debate el camino más lógico: ir por la rival más débil, una a la que además se le podía seguir achacando el estigma de priista (se graduó de cinismo Jorge, orgulloso priista él mismo un tiempo).
Máynez, es obvio, no tiene el empuje ni el éxito mediático que su efímero antecesor, Samuel García. Así que el debate era una buena oportunidad para que lo conocieran más votantes.
La verdad, su papel fue mediocre: sus tablas parlamentarias daban para más, y su inventiva fue desternillante.
Y hasta eso, los ataques del emecista contra Xóchitl tampoco le provocaron a ésta mayor distracción en el objetivo que la hidalguense se planteó de ir por Claudia Sheinbaum. Gris esquirol, en todo caso.
Era el momento de Máynez para desinflar las aspiraciones de Gálvez y presentarse como genuina alternativa, con potencial y hambre de ganar. No logró nada parecido a eso.
Si hubiera sembrado la duda, el segundo debate sería la ocasión de propinar un nocaut y posicionarse como el retador de Sheinbaum.
La siguiente cita será claridosa: si sabiendo que no gana prefiere socavar a la oposición a bajar la ventaja de Morena, esquirol habemus. No falta mucho.