La campaña termina. Los mítines de cierre son un trámite en una contienda en la que el lodo manchó a los contrincantes. El que menos se ha llevado tendrá por un rato consigo la etiqueta de ‘esquirol’. Las otras candidatas recibieron epítetos como narca, mentirosa, corrupta…
El proceso electoral reflejó a la perfección lo que fue el sexenio. Lo resumió, para no ir más lejos, la candidata Claudia Sheinbaum en el último debate: ustedes, dijo señalando a su derecha, donde se encontraba Xóchitl Gálvez, son todo lo malo, todo lo contrario a nosotros.
No es dato menor que en tres debates, e incontables entrevistas y discursos, la representante de Morena no haya nombrado a su opositora. A la candidata de PRI, PAN y PRD se le quiso anular y reducir, con fines proselitistas, a un acrónimo: PRIAN. Despersonalizarla, desnaturalizarla.
Desde 2018 hemos visto que la oposición no es considerada como interlocutora válida. Negarle su legitimidad es de libro de texto populista. Quienes practican el populismo explotan en todo momento la noción de que sólo ellos son genuinos representantes populares.
La campaña revigorizó esa tendencia. A dos frentes, tanto desde Palacio como en cada acto proselitista de Morena, se anuló a la oposición –a la verdadera, porque a Movimiento Ciudadano se le dejó crecer como a una maleza oportuna– descalificándola en forma y fondo.
Xóchitl Gálvez se volvió la innombrable. No importa si dicen que le llevan 40 puntos de ventaja, llamarla por su apelativo es pecado en el oficialismo: los que están en contra de ellos desaparecen hasta de los discursos; no merecen cortesía, menos el rango de interlocutor.
Campañas con denuestos y graves descalificaciones no son novedad en ninguna parte. El siglo 21 tampoco ve algo inédito al respecto. Sin embargo, en nuestro contexto nacional el péndulo ha dado un bandazo muy peculiar: la partitura del “ni los veo ni los oigo” ahora es de izquierda.
A semana y media del día después de la elección, cabe preguntar qué país amanecerá el 3 de junio. Para entonces, no sólo la campaña habrá quedado atrás, sino que tendremos una ganadora de los comicios, y desde la víspera los primeros indicios del siguiente sexenio.
Si gana Gálvez lo predecible es que sí nombre a Claudia Sheinbaum; que ofrezca una interlocución a su contrincante, porque será dueña de prácticamente la otra mitad de los votos, y porque no es aventurado decir que la hidalguense intentaría borrar lo peor de la campaña.
Lo que sí es aventurado es tratar de adivinar qué haría Sheinbaum si perdiera. Ella y el Presidente. ¿Concederán la derrota la noche misma de la elección? ¿La litigarán ‘haiga sido como haiga sido’? ¿Preferirán una inestabilidad, cueste lo que cueste, antes de entregar el poder?
No son preguntas hipotéticas. Si en Morena no están preparados para perder, mala noticia. Eso implica que entraron al juego con un solo escenario previsto, sin el compromiso elemental en una democracia: que el pueblo decide, y que lo que digan las urnas es inatacable.
Si el triunfo de la oposición se considera inconcebible, entonces la convivencia tras la elección poco o nada cambiará con respecto a lo vivido este sexenio y particularmente en la campaña: ni ganando, vaya, reconocerán legitimidad a los millones que no votaron por ellos.
El sexenio orgullosamente unilateral ya demostró que un solo partido no puede llevar a México a su máximo potencial. Si el 3 de junio se renueva el sectarismo, si insisten en negar a los opositores, lo de menos será la polarización: quedará comprometido el futuro nacional.