La Feria

Santa Claudia nos proteja

Los pesimistas creen que ya ni rezar es bueno: sólo para demostrar su fuerza, Andrés Manuel destruirá el templo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se apresta a sacudir el sistema político. Después de septiembre, la anatomía institucional mexicana será bien distinta a lo que se ha visto en medio siglo, e inédita en temas como el aparato judicial.

No es exagerado decir que en general los sectores productivos se dividen entre quienes se aferran a un moderado optimismo, y quienes batallan para contener su pesimismo; y nadie culpa a quien un día amanezca de un lado, y al día siguiente del otro.

Las razones para el moderado optimismo tienen nombre y apellido. Se llama Claudia y de su padre heredó el Sheinbaum y de su madre el Pardo. Venga lo que venga, se santiguan cada mañana esos del vaso medio lleno, la nueva presidenta será mejor que el actual mandatario.

Quienes militan en el credo positivo se acogen lo mismo a la fe ciega que a indicios, así sean pálidos o sutiles: Sheinbaum prometió diálogo con todos, por ejemplo al cerrar campaña, y, suspiran con optimismo, eso significará un gobierno de menos arrebatos, mesura y buen juicio.

De forma que pase lo que pase –incluso si lo que pasa es que AMLO desata una fuerza telúrica contra la Constitución al aprobar en septiembre lo más dramático del plan C, cosa que es harto probable–, la esperanza es que en octubre la presidenta podría decir algo así como “acátese, pero no se cumpla”. Crédulos.

Los que, por el contrario, pasan fatigas para dejar de comerse las uñas en noches donde el insomnio les repite una y otra vez que la autocracia ha llegado y que el fin de los tiempos democráticos es cuestión de días, no disimulan mucho que digamos la falta de sosiego.

¿Paga ser pesimista? Si nos atenemos a los resultados de la elección presidencial, muy poco. A lo mejor compensa en cuanto a tranquilidad con uno mismo, pero si de presentabilidad social hablamos, no están teniendo mucho éxito quienes profetizan el Apocalipsis now.

El mayor problema de los pesimistas no es que les falte fe en Claudia primera de México. Son todo menos agnósticos de la silla presidencial. Si algo han sido los de este bando es eso, creyentes de que quien encabeza al Estado mexicano todo lo puede.

Contenidos o desaforados, el real problema de los pesimistas es su cultivada desconfianza en AMLO. Poseen datos e intuición, y lo mismo se puede decir que saben de historia, como para obviar lo que ven: que hoy Palacio juega con fuego y puede quemar hasta la herencia.

A como ven las cosas, los pesimistas creen que ya ni rezar es bueno: sólo para demostrar su fuerza, Andrés Manuel destruirá el templo.

Hay, desde luego, otro sector. Compuesto, por ejemplo, de parlamentarias y parlamentarios, de la actual legislatura y de la que inicia el 1 de septiembre, que balan de gusto mientras pulen su dedo para, sin leer nada (y de pensar ni hablamos), votar a favor el plan C.

Nadie sabe si en su fuero interno estos militantes que defienden jueces, magistrados y ministros por voto popular, suprimir reguladores y órganos autónomos, y nuevas reglas electorales y un menor Legislativo, y más estatismo tengan, así sea por error, algunas dudas.

Si las tienen quizá corran al baño o a donde nadie los vea para, también ellas y ellos comenzar a rezar quedito: “Santa Claudia, haznos el milagro de que todo cambie para que nada cambie; porfa que el experimento no termine por devorarnos incluso a nosotros. Líbranos del mal de, por obedecer a ciegas a AMLO, perder el poder, amén”.

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