La Feria

La náusea verde

La administración que prometió combatir la corrupción ha premiado, sin ascos ni pudor, a quienes tienen larga cola de escándalos.

AMLO, obsesionado con ganar a toda costa, no le importó darle al Verde poder y posiciones. A Morena tampoco. ¿A la presidenta Claudia Sheinbaum, de izquierda pura, ambientalista de carrera y gente proderechos le gusta ir de la mano de quienes promueven, ente otras cosas, la pena de muerte? [Fotografía. Cuartoscuro]

Si se mide en términos de representación en San Lázaro, la Marea Rosa fue un fracaso de tal dimensión que la resaca que toca padecer no sólo es la supermayoría de la que gozará el oficialismo, sino el peso que en la misma tendrá el Partido Verde, ese crisol de trampas.

La bancada del Verde será la segunda fuerza electoral de la llamada Cámara baja. Tendrá 77 diputados, la tercera parte de los que suma Morena (236), pero más que el PAN (72), fácil el doble del PRI (35) y triplica a Movimiento Ciudadano (27). Funesta cosa sin precedente.

Si bien en el Senado sus números no son tan contundentes –el PAN es segunda fuerza con 22, el PRI tercera con 16–, el Verde, con sus 14 escaños, goza de viento a su favor: quién descarta que como ocurrió recientemente la diáspora priista no termine por engordarle el caldo.

Con esta realidad acaba el tonto consuelo que se resignaba a tolerar la perniciosa existencia del Verde en la idea de que se trataba de una fuerza marginal, totalmente dependiente de otros partidos para avanzar y sobrevivir, un tumor con el que había que vivir. El mal creció.


Al respecto me pregunto de qué humor andarán estos días de definiciones de bancadas legislativas Paula Sofía Vásquez Sánchez y Juan Jesús Garza Onofre, autores de La mafia verde. Traición política y escándalos del Partido Verde Ecologista (Ed. Ariel).

“¿Qué hicimos mal como democracia para que uno de nuestros productos finales y mejor acabados sea un engendro como el Partido Verde?”, decían estos autores el año pasado, cuando publicaron el citado libro. Esa pregunta cobra más importancia tras el 2 de junio.

“Se trata”, nos recuerdan los autores, “de un partido de amigos y familiares, de élite, del 1% del país que tanto a nivel nacional como local ha servido para ofrecer a quienes tienen los medios económicos, el linaje político, el pantone adecuado indicado y que fueron a las escuelas correctas, un pie o una carrera en la política. Un partido de los nepobabies para los nepobabies”.

“¿Qué le aportan a nuestra democracia?”, insisten en cuestionar Vásquez Sánchez y Garza Onofre, al tiempo que recuerdan la transa usada siempre por el PVEM: “Los del tucán planean cuidadosamente sus estrategias no para realizar campañas limpias y propositivas, sino para violar la ley”.


“Violar la ley” para referirse al Verde es generosidad de los autores. Porque lo propio de los verdes es la transa. Lo burdo además de indebido. La prepotencia del agandalle. La patanería de quien hace alarde de su impunidad. La sonrisa cínica de quienes pagan con dinero público las multas que les imponen por sus corruptelas.

La lucha democrática de décadas combatió la cultura priista de la ilegalidad. A la sombra de ésta nació, precisamente, el PVEM, que recibió de un gobierno del PRI el empujón inicial para medrar con los votos.

Y en cada elección presidencial la única congruencia que mantuvieron fue la de chaquetear a favor de quien podría sumarlos al triunfo. Sólo perdieron el tino en 2018, pero corrigieron pronto.

Es una de las grandes paradojas de este sexenio y una de las mayores incongruencias de Andrés Manuel López Obrador. La administración que prometió combatir la corrupción ha premiado, sin ascos ni pudor, a quienes tienen larga cola de escándalos.

Y si bien una de sus personalidades menos presentables, Jorge Emilio González, el llamado Niño Muerde (Zamarripa dixit), estuvo casi todo el sexenio tras bambalinas, Manuel Velasco, quien tomó la estafeta del PVEM, no es menos famoso por las denuncias de irregularidades. Basta con recordar la investigación de Animal Político sobre su paso por la gubernatura de Chiapas y los millones de pesos “extraviados”.

El Verde deberá agradecer a López Obrador las gubernaturas de especímenes como Ricardo Gallardo en San Luis Potosí (pobre estado, y pobres potosinos) o el destino del exparaíso ambiental que fue Quintana Roo, ahora en manos de la “mafia verde”, entre otras.

A AMLO, obsesionado con ganar a toda costa, no le importó darle al Verde poder y posiciones. A Morena tampoco. ¿A la presidenta Claudia Sheinbaum, de izquierda pura, ambientalista de carrera y gente proderechos le gusta ir de la mano de quienes promueven, ente otras cosas, la pena de muerte?

Vuelvo al texto de Vásquez Sánchez y Garza Onofre para advertir, con ellos, que el mal que representa el Verde avanza como la gangrena.

“(Son el) paciente cero de virus que hoy mata a nuestra democracia, partido a partido, militante a militante, ciudadano a ciudadano… (porque en los partidos) hoy nadie puede criticar honestamente o con cierto halo de superioridad moral porque todos, algunos más, otros menos, se han ido a la cama política con los verdes.

“El PVEM ha sido generoso con sus transas; sus violaciones a la ley no sólo les trajeron votos a ellos, sino a los partidos coaligados, sus negocios sucios beneficiaron a empresas, empresarios cercanos a todos los partidos, sus ofrecimientos de franquicias se ofrecen y se explotan por todos por igual”.

Ganó el Verde. Le levanta la mano a Claudia Sheinbaum. Perdimos todos, salvo tan impresentables nepobabies.

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